El síntoma y la nominación constituyen dos pilares centrales en la praxis analítica, que permiten abordar su especificidad desde una perspectiva estructural. Para Lacan, ambos conceptos requieren ser comprendidos a través de la topología, principalmente por su vínculo con el cuerpo. Sin embargo, no se trata del cuerpo como imagen, sino como una superficie de inscripción imposible de reducir a la lógica fálica: un cuerpo real.
En su seminario RSI, Lacan define el síntoma como un efecto de lo simbólico en lo real, un índice de aquello que no funciona o tropieza. Este fracaso no es asimilable por la palabra en su dimensión simbólica, lo que exige la introducción de la letra, entendida como lo escrito más allá del lenguaje discursivo.
El síntoma, entonces, opera como una función de la letra en el inconsciente. Esta letra, que el inconsciente "escupe", declara la imposibilidad estructural de la relación sexual, aquello que no cesa de no escribirse. La función del síntoma está íntimamente relacionada con la nominación, una operación que abre un agujero, estableciendo las condiciones de existencia del sujeto.
Este "agujero", en su dimensión lógica y topológica, se vincula con el "verdadero agujero" introducido por el Gran Otro en el esquema L. Esta instancia habilita la verdad del sujeto, que se revela como un "medio decir", cubriendo el síntoma con el velo de lo escrito. De este modo, Lacan transfiere la función del Nombre del Padre al síntoma, un paso clave para resolver los atolladeros propios de la práctica analítica.
El síntoma, lejos de limitarse al ámbito clínico, adquiere el estatuto de escritura. No pertenece al campo de lo que puede ser dicho, sino al orden de lo que se repite, anudando y supliendo la falla estructural en la relación entre lo simbólico, lo real y lo imaginario.
El síntoma como suplencia y soporte del sujeto
El síntoma cumple una función de suplencia en la estructura del nudo borromeo, actuando como la cuarta consistencia que estabiliza los tres registros. En su dimensión modal, es la excepción que inaugura la estructura; en su dimensión nodal, es el elemento que sostiene el equilibrio entre lo real, lo simbólico y lo imaginario. Por ello, no hay sujeto sin síntoma: el nudo es el soporte que garantiza su existencia.
Al ser una función de la letra en el inconsciente, el síntoma establece una coherencia con aquello real que determina al sujeto. Desde esta perspectiva, el síntoma constituye un modo particular de gozar, determinado por su propia estructura.
Repetición y verdad en el síntoma
La repetición en el síntoma no implica el retorno de un significante idéntico, sino de un punto o pliegue estructural donde emerge la falla. Este tropiezo evidencia la imposibilidad de una relación armónica entre lo simbólico y lo real, subrayando la inexistencia que caracteriza al conjunto del no-todo.
En su papel de suplencia, el síntoma se convierte también en el soporte de una verdad, aunque esta permanezca en el dominio de lo indecidible. Así, el síntoma no solo estabiliza la estructura del sujeto, sino que lo conecta con su verdad más íntima: aquello que tropieza, falla y, a la vez, lo sostiene en su existencia.
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