El ingreso del sujeto en la cultura lleva consigo un malestar inevitable, pues supone su captura por el lenguaje, lo que lo convierte en una experiencia irreductible. Freud denominó esta condición el “dolor de existir”.
Sin embargo, en ocasiones, este malestar adquiere una connotación distinta: puede intensificarse, extenderse más allá de lo esperable o adquirir una temporalidad particular. En estos casos, se transforma en un sufrimiento excesivo, un “penar de más”, que da lugar a lo que se conoce como la “miseria neurótica” y puede motivar la formulación de una demanda analítica.
Ante la presencia de tal demanda, uno de los primeros desafíos del trabajo clínico es identificar dónde se sitúa ese malestar. ¿Cómo se presenta? A veces, el malestar se experimenta de manera difusa, sin una referencia clara a eventos específicos. Otras veces, está vinculado a situaciones concretas del presente o del pasado de quien consulta.
Cuando el malestar se encuentra localizado, es crucial interrogar los elementos que configuran esa escena y que podrían estar actuando como puntos de fijación del sufrimiento. En cualquier caso, el trabajo analítico en sus primeras etapas debe orientarse a situar el emplazamiento del malestar, explorando los vínculos que establece y el Otro al que se dirige.
Delimitar estos aspectos es esencial, pues permite desplegar un proceso de historización en el que el malestar se enlaza a una cadena de significaciones, abriendo así la posibilidad de un trabajo analítico efectivo.
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