Desde la realización del sujeto a través de la palabra hasta la concepción del inconsciente como lo no realizado, Lacan teje una lógica de la hiancia causal. Este problema, de orden lógico, tiene profundas implicaciones clínicas, llevándolo a reformular la operación del Padre y a modificar la definición del sujeto en su búsqueda de lo real de su división.
Inicialmente, Lacan aborda esta cuestión a partir de Hegel y su dialéctica. En Hegel, la existencia del sujeto implica lo universal, pero se particulariza al cuestionar la sustancia como un dato dado. Así, lo universal de lo humano se juega en la particularidad de cada existencia.
Esta perspectiva hegeliana, central en los primeros desarrollos de Lacan, se inscribe dentro de una lógica filosófica, vinculada a la temporalidad del concepto de Espíritu. Sin embargo, con el tiempo, Lacan encuentra un límite en esta lógica, al que denomina el “déficit intrínseco de la lógica de la predicación”. Este déficit le impide incidir sobre ese real que la clínica analítica revela.
Para abordar este obstáculo, Lacan introduce la repetición, diferenciando su dimensión simbólica de su dimensión real. La repetición demuestra que no todo es dialectizable y que existe un punto de hiancia irreductible en el sujeto.
Aquí entra en juego Kierkegaard, quien formula mejor esta problemática. En su planteo, la repetición no es un simple retorno a lo mismo ni una reminiscencia platónica; más bien, introduce la idea de que el pecado, la falta del Padre, es una hiancia irreductible.
¿Qué significa la falta del Padre? En principio, es a través de una lógica de base matemática que Lacan logra precisar este problema. Este camino justifica su paso del Nombre del Padre como significante a concebirlo como un término numeral, específicamente un ordinal.
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