miércoles, 23 de julio de 2025

Del espejo al doble: La imagen como captura y límite del sujeto

Aunque la identificación con la imagen especular implica una anticipación que incide en la organización motriz del niño —al brindarle una forma con la cual hacer algo—, lo cierto es que esta ilusión no resuelve la fractura entre el cuerpo y quien habla. Esa desarmonía fundamental implica que nunca hay una coincidencia plena: siempre falta algo, o hay algo de más, que impide la síntesis anhelada.

La imagen, en tanto cargada libidinalmente, no anula la división del sujeto. Le proporciona más bien una suerte de ortopedia imaginaria que compensa sin suturar, remedando con una caricatura. Esta suplencia imaginaria no evita que el sujeto quede definido por la lógica significante: no es más que aquello que un significante representa para otro. Sin embargo, dicha división no puede entenderse al margen del borde entre lo simbólico y el cuerpo, entre el lenguaje y la carne.

Nos enfrentamos así a una paradoja: la única forma total que el sujeto puede asumir le llega desde el exterior, desde el espejo. De allí la célebre fórmula de Rimbaud: "Yo es otro". La Gestalt que Lacan destaca en este momento no es más que una captura de la imagen del otro —aunque esa imagen sea la propia—, y por eso tiene algo de petrificación: se asemeja más a una fotografía que a una película. La detención es el indicio de su carácter ilusorio.

Lo visual, entonces, no es un mero accesorio: es el umbral de acceso al mundo humano. Define sus bordes, sin por ello desplazar la primacía del significante como estructura. Este momento especular da lugar a una elaboración del doble, que oscila entre lo familiar y lo inquietante. Y es justamente ese componente perturbador el que obliga, más adelante, a ir más allá del doble especular hacia un doble real; a pasar de la imagen al objeto que la sostiene.

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