El tratamiento de la problemática del nombre propio experimenta un viraje decisivo con el planteo de Frege, en tanto su elaboración desplaza la nominación de toda concepción naturalista del lenguaje. Este punto de inflexión abre un terreno inseparable de las autoaplicaciones del lenguaje, cuya evidencia más radical se alcanza con el aporte de Gödel.
Ambos autores resultan fundamentales para Lacan, pues le proporcionan un andamiaje lógico desde el cual explorar los límites de lo posible de escribir o simbolizar, en el marco de su indagación sobre la función significante del Padre. Desde la perspectiva que articula a Frege y Gödel, la cuestión del nombre propio se vincula a una dificultad intrínseca al trabajo con conjuntos infinitos y al problema de la recursividad: la paradoja de tener que resolver una cuestión referida a un conjunto —en este caso, el Otro como conjunto significante— sin más recursos que ese mismo conjunto.
Se trata, en definitiva, de cómo el sujeto podría contarse dentro del Otro, partiendo de la invariante estructural de que no existe en él ningún término que lo nombre. Esto requiere una operación que Lacan denomina sutura: un acto que se realiza en el borde de lo imposible de nombrar, que enlaza aquello que queda fuera de la designación, sin suprimir la insuficiencia inherente al conjunto.
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