En la enseñanza de Lacan hay una apoyatura constante en la noción de estructura, que no se abandona ni siquiera en los últimos seminarios, a contramano de lo que afirman ciertas lecturas. Esto permite articular la estructura con el valor central del concepto de sujeto, ya que la subversión que el psicoanálisis introduce sobre él es inseparable de un modo particular de concebir la estructura. Por eso, no es correcto considerar a Lacan como un mero estructuralista.
En este marco, se observa un desplazamiento: del aparato psíquico freudiano hacia la estructura, y de allí a pensar también una estructura de la praxis, del sujeto y de la angustia. Este recorrido revela un hilo conductor: el concepto de sujeto implica un estatuto de la estructura que condiciona el modo de abordar la castración y, por lo tanto, al Otro.
Así, el sujeto en Lacan se define como un efecto, y solo localizable en la transferencia. Esta definición no es menor: orienta de forma precisa el lugar y la función del analista. A su vez, por su relación con el deseo, el concepto de sujeto abre un campo ético específico, propio de la praxis analítica.
No se trata de una ética “del analista” en sentido personal, sino de la ética del psicoanálisis, que condiciona la posición del analista y los márgenes en que puede intervenir. Esta ética, ligada a la función del deseo, se distancia radicalmente de la ética del discurso del amo, propia del pensamiento antiguo y medieval, marcando así una ruptura en la tradición.
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