Ese resto extraño puede ser la base del miedo, en la medida en que allí se juegue lo no representable. Tanto la filosofía como la psicología intentan traducirlo en significaciones que apaciguan. Lacan, en cambio, lo aborda topológicamente a través del corte, articulándolo con la angustia y, por lo tanto, con el deseo. En el Seminario 10 lo nombra como un residuo no imaginado del cuerpo, índice de lo que queda fuera de la libidinización. Por eso conlleva imposibilidad de representación y señala el límite, incluso el fracaso del reconocimiento, ya que el objeto a no entra en ningún régimen de reconocimiento.
Hay en él algo que se escabulle e impide al sujeto situarlo, precisamente porque no es especularizable. La vía de acceso del sujeto a eso es el afecto, que emerge cuando los puntos de referencia se desdibujan o, en los casos más serios, se pierden.
Esto permite situar el vínculo entre el funcionamiento del fantasma y la angustia concebida como subjetivación del objeto a. Mientras el fantasma opera, sus velos resguardan al sujeto del encuentro con lo angustiante. Cuando esos velos vacilan, el objeto se presenta, pero no como representación, sino como irrupción sin mediación.
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