El Otro, dimensión fundamental sin la cual el sujeto del inconsciente no puede siquiera pensarse, es elaborado por Lacan en registros diversos: desde su estatuto como garante de la verdad hasta su asociación con la Otredad que puede encarnar una mujer. Entre ambos polos, Lacan desplaza al Otro desde sus formas de encarnación hasta su radicalidad.
Su función permanece dominante, incluso más allá de sus imaginaciones, trascendiendo la discrecionalidad del oyente que, en el modelo comunicacional, parecía dominar la constitución del mensaje.
En el Seminario La angustia, este Otro es interrogado desde varias perspectivas: la demanda del Otro, el goce del Otro, el deseo del Otro. El goce del Otro, aunque más tarde Lacan afirmará que no existe, aquí sirve para marcar diferencias decisivas: entre el sueño y la pesadilla, entre aquello que sostiene el dormir y lo que irrumpe rompiendo las ligaduras del trabajo onírico.
El deseo del Otro ocupa un lugar central. Se articula en la transferencia e incluye al analista como pieza de la experiencia. Precisamente por el privilegio del deseo, la posición ética del analista se establece en relación a ese lugar.
De allí deriva también una cierta temporalidad del trabajo, que adquiere relevancia porque Lacan se interroga: ¿qué queda de la angustia si la separo del apronte angustiado freudiano?
Lo que se pone en juego es un corte: tanto aquel implicado en la angustia misma como el corte interpretativo que proviene del lugar del analista. Es desde ese corte que puede producirse un despertar, no en el sentido de una toma de conciencia, sino como delimitación de la opacidad que escapa a la razón. La pregunta que se abre entonces es: ¿cómo se entrelaza esa opacidad con el campo del Otro?
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