El asma es considerado un fenómeno psicosomático, una afección en la que el sistema respiratorio se ve comprometido sin que exista una causa orgánica específica que lo explique. Las vías aéreas se inflaman y se estrechan, lo que provoca dificultad para respirar, silbidos, tos y sensación de opresión en el pecho. Cuando estas manifestaciones alcanzan un grado agudo se habla de ataque de asma, cuadro que suele requerir atención médica y tratamiento broncodilatador. Se trata, además, de una de las enfermedades crónicas más frecuentes en la infancia.
¿Es casual que el asma y los espasmos bronquiales recurrentes sean tan comunes en los niños? La experiencia clínica indica que no. La hipótesis es que en el tiempo de la infancia, cuando el niño se encuentra en plena dependencia, la presencia de un Otro primordial con una demanda excesiva y compacta dificulta la posibilidad de tomar distancia. La escasez de recursos para denegar dicha demanda genera un “pegoteo” que obstaculiza la instauración de un espacio entre dos, es decir, un déficit de separación que remite a la operación de la castración.
Por ello, el asma puede pensarse como fenómeno psicosomático: lo que se verifica en quienes lo padecen es una falla en la separación del Otro primordial. Allí donde se suspende la interrogación sobre la demanda, sobreviene el sometimiento a ella. El sujeto, literalmente, “se ahoga” en la demanda, sin posibilidad de metáfora, poniendo en juego su propio cuerpo como respuesta. El sistema respiratorio se convierte en la vía de descarga automática y reactiva frente a aquello que no encuentra tramitación psíquica.
Esta reacción tiene un doble sentido: por un lado, como imposibilidad de “sacar el aire que se tiene dentro”; por otro, como testimonio de una pregunta que queda pendiente de ser formulada y respondida.
En este contexto, el lugar del analista se vuelve crucial. Su función consiste en introducir una terceridad allí donde el sujeto queda atrapado en lo que Fernando Ulloa denominó la “encerrona trágica”. El analista, al habilitar la palabra del paciente y a la vez ofrecer la suya, produce un efecto simbólico de separación, mientras que su presencia encarna una función real de corte.
La paradoja que subyace en el fenómeno psicosomático del asma puede resumirse en una fórmula clínica: “si te alejas me angustio, si te acercas me ahogo”. El desafío ético del analista es sostenerse frente a esta encerrona, sin retroceder ni ceder, posibilitando con intervenciones cuidadosas la apertura de un espacio que introduzca el corte necesario para que el sujeto pueda comenzar a separarse de la demanda sofocante del Otro.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario