Hace un tiempo señalábamos el uso que Lacan hace del cálculo infinitesimal. Retomando esa línea, lo encontramos definiendo al deseo como solidario de un límite, en el sentido matemático del término. El límite, en matemática, indica el punto hacia el cual tiende una serie: ¿converge, se aproxima indefinidamente, queda abierta? Lacan se sirve de esta noción para plantear el deseo como aquello que se orienta hacia un punto de no realización plena.
Este recurso no es aislado: ya en La identificación se había embarcado en un trabajo algebraico sobre la serie significante y el cogito cartesiano, buscando precisar el lugar en que una serie encuentra o no su convergencia. Lejos de un mero juego teórico, esta indagación apunta a una cuestión práctica: ¿el análisis tiene un final definido, o se despliega como indefinido?
En este marco, Lacan propone llevar lo castrativo más allá de lo edípico. No se trata de abandonar la referencia edípica, sino de ampliarla: pasar de la trama edípica como relato a la castración como nudo estructural, desplazándola del registro del discurso al del lenguaje.
De allí surge una formulación novedosa: el sujeto de la certeza. Se trata de una posición distinta al sujeto dividido por la vacilación, una manera de pensar al sujeto en su relación con el objeto a. ¿Cómo se articulan entonces el objeto a y este sujeto de la certeza? A través del deseo.
El deseo, estructuralmente antihomeostático, se sitúa más allá del principio del placer: es un efecto no efectuado. Esta definición abre un más allá de Freud, porque si no se efectúa, ¿cómo pensar su realización? Justamente, su indestructibilidad.
Desde La significación del falo se hace necesaria la conexión entre deseo y causa. Lacan lo formula como un efecto no efectuado, solidario del inconsciente en tanto no realizado. Esta torsión conceptual apunta a un problema clínico central: el deseo no se destruye, persiste como aquello que insiste en el límite, marcando la orientación misma de la praxis analítica.
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