La operatoria del padre se caracteriza por funcionar en el nivel numerario, y precisamente por ello conlleva una dimensión de incertidumbre. Esta condición lo separa de lo materno y de cualquier linaje derivado de lo femenino. La madre es cierta: en relación con el niño no hay duda acerca de su producto. De allí se desprende lo innumerable, que por no requerir un punto de partida tampoco precisa numeración.
El padre, en cambio, introduce un ordinal que fija un inicio. Al numerar, instituye la nominación: cumple una función en la serie que habilita el advenimiento del sujeto. Este orden ofrece un marco en el que el sujeto, en tanto no enumerable, puede situarse como falta. Conviene subrayar que lo no enumerable del sujeto nunca se confunde con lo innumerable de lo materno.
En este punto se vuelve indispensable la referencia a los axiomas de Peano, y en particular a la discusión sobre el estatuto del cero como número natural. Los planteos del matemático muestran que sin el cero no es posible axiomatizar la serie de los números naturales, lo que implicaría perder su génesis lógica.
Introducir el cero en la serie permite sostener una ecuación capaz de asegurar la axiomatización, y con ella la posibilidad misma de numeración y de sucesión. Es en ese marco donde se prepara el lugar para el advenimiento del sujeto.
De este modo, el cero se vuelve indispensable para sostener una génesis lógica que posibilita trascender cualquier planteo mítico sobre el origen. Es en este punto donde Lacan articula las interrogaciones freudianas sobre el surgimiento del monoteísmo con un abordaje de orden lógico.
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