La referencia al término alemán “triebhaft”, introducida por Lacan, opera como punto de apoyo para pensar una diferencia interna al campo de la repetición. En Los cuatro conceptos…, este vocablo se aborda desde su sesgo pulsional: lo apasionado, lo irracional, aquello que escapa a la razón esclarecida. El término señala que en la pulsión hay siempre algo que apremia al sujeto.
Podemos distinguir, en primer lugar, la repetición ligada a la historia, entendida como retorno de los significantes. Este es el ámbito del automatismo simbólico, correlativo a la verdad del Otro.
Pero también hay un segundo sesgo: la repetición en la medida en que tropieza con lo real, con un límite que Lacan formaliza a través de referencias matemáticas como el cálculo infinitesimal y la noción de límite.
Si la repetición simbólica se inscribe en el orden del discurso, la repetición real compromete al cuerpo del hablante. No se trata de una propiedad del cuerpo, sino de la satisfacción, lo que implica al fantasma como lugar donde se emplaza un valor de goce que se ofrece a la consistencia del Otro.
Así, la distancia entre ambos registros de la repetición encuentra su correlato en el fantasma: por un lado, valor de verdad; por el otro, valor de goce.
La repetición real constituye un punto crucial de la práctica analítica, porque pone en acto aquello que el significante no logra apresar: lo imposible de pensar, lo que insiste en el desencuentro. Allí el sujeto tropieza, una y otra vez, con lo que nunca responde a la expectativa.
Precisamente en esa coyuntura clínica, es el deseo del analista el que se pone en juego, permitiendo al sujeto confrontar la distancia entre la búsqueda de un saber histórico y la irrupción de lo real que se resiste a toda simbolización.
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