En Los cuatro conceptos del psicoanálisis se abre un momento crucial en el que el lazo entre el amor y la pulsión queda puesto en cuestión. Desde los inicios de la praxis analítica, el amor se mantiene separado de toda pretensión sintética o totalizante. De allí surge la pregunta que orienta este punto de la enseñanza: ¿qué vínculo es posible entre el amor y la pulsión?
Si tomamos el campo del principio del placer, pronto advertimos que este no puede reducirse a lo homeostático. La sexualidad se anuda a dicho principio, pero la satisfacción pulsional lo excede y lo desborda.
El montaje pulsional, tal como lo elabora Lacan, pone en evidencia el carácter artificial de su funcionamiento. Este artificio señala, una vez más, la distancia irreductible entre la pulsión y cualquier idea de “naturaleza”, y a la vez introduce un lazo topológico entre sexualidad e inconsciente.
No se trata aquí del inconsciente en su dimensión discursiva, ordenado por el Otro, sino de aquel ligado a la función preontológica de la hiancia. En el primer caso, lo que prevalece es la serie significante; en el segundo, lo que se resalta es el intervalo, lugar habitado por el fantasma. Así, se perfila un lazo íntimo entre el plafón fantasmático y la sexualidad, lo cual no invalida, sino que más bien sostiene, la función del síntoma en ese terreno de lo sexual.
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