lunes, 20 de octubre de 2025

Lo irrepresentable y la función del Padre: entre borde y real

Es algo irrepresentable lo que la praxis analítica apunta a poner al trabajo: aquello frente a lo cual se erigen las defensas del fantasma, del síntoma y del propio campo de lo ideal, tanto en su vertiente especular como significante.
Ese elemento extraño —como lo llamaba ayer, retomando Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis— puede ser recortado y abordado de diversos modos, según la vía que se elija para circunscribirlo.

Uno de esos modos pasa por interrogar la naturaleza de la paternidad.
Lacan propone una topología de borde, donde se litoraliza el campo de lo significable: el borde mismo delimita lo que puede ser dicho, y al hacerlo, abre el espacio de lo metaforizable.
Es desde esa operación de borde —ni dentro ni fuera del lenguaje— que se constituye el campo de la metáfora paterna.

Una nueva referencia al poema Booz dormido de Victor Hugo le permite a Lacan abordar la cuestión de lo transbiológico de la paternidad.
De allí deriva una formulación tan contundente como desconcertante:

¿Qué es un Padre? Ningún ser consciente.

Definirlo así rompe con toda ilusión de que el Padre pueda funcionar como agente consciente o como garante de sentido.
El Padre, antes que persona o función psicológica, es efecto estructural, operador simbólico que da lugar a la ley a condición de no coincidir con ningún sujeto empírico.
En este punto, Lacan reabre —desde otro ángulo— el problema freudiano del Padre primordial, despojándolo de toda sustancia imaginaria.

Se puede decir entonces que algo permanece reprimido originariamente, y que su modo de retorno —ya sea como efecto clínico o como síntoma— obliga a reconsiderar el estatuto mismo del síntoma.
¿Puede este retorno reducirse al registro del síntoma, o introduce una dimensión más radical del real?

El punto más decisivo, quizá, en esta interrogación sobre el lugar del Padre, es el que lo asocia al desencuentro: allí donde el significante no logra encadenarse del todo, donde el lazo se interrumpe y algo del real hace irrupción.
Así como Lacan había interrogado los empalmes entre inconsciente y real, ahora se ve llevado, necesariamente, a preguntar:

¿Qué hay de real en un Padre?

La respuesta, más que resolver el enigma, lo desplaza: lo real del Padre no se confunde con su figura, sino que señala el punto en que la ley tropieza con su imposibilidad.
Es allí, en ese límite entre borde y real, donde el sujeto encuentra la posibilidad —siempre contingente— de separarse del sentido y alojarse en el lugar del deseo.

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