martes, 11 de noviembre de 2025

El acting out, la verdad y el punto de satisfacción del síntoma

El acting out implica una estructura de ficción y, en ese sentido, se mantiene solidario de la verdad. Es una escena dirigida al Otro, quien está concernido en aquello que se escenifica. Sin embargo, ese Otro no es identificable: es un Otro extraño, opaco, que no puede dar fe de lo que ve. Lacan lo dice con precisión: el acting out se ofrece a un Otro “manchado” por una sospecha de falsedad. Es un Otro que no garantiza, un Otro sin fe —y justamente por eso, el acting out revela algo del modo en que la verdad se sostiene en el no-todo, en ese rasgo de no fe que la constituye.

Esa “mancha” de falsedad que acompaña al acting puede pensarse como el reverso de su carácter escénico: algo se muestra como si fuera algo, pero no lo es. El caso de la joven homosexual es paradigmático. La escena galante en la que pasea tomada del brazo de su dama, ofrecida al padre, exhibe un amor que, en verdad, se juega como desafío. Ella se muestra “teniendo” aquello que en realidad le falta: el amor mismo. El acting out se sostiene en esa paradoja: mostrar lo que no se tiene, ofrecer lo que falta.

Lacan traza una homología entre el acting out y el síntoma, porque ambos requieren del Otro para sostener su sentido. El acting se dirige al Otro; el síntoma, para poder ser interpretado, también. Sin el lazo al Otro, el síntoma se vuelve mudo. Esta referencia es crucial en la práctica clínica: un síntoma solo es interpretable si hay Otro —si hay transferencia.

El síntoma, en su dimensión formal, responde a una estructura metafórica, una sustitución significante. Pero hay en él otra vertiente: la del goce. En ese punto de goce, el síntoma deja de dirigirse al Otro; ya no llama a la interpretación, sino que se satisface a sí mismo. Es el punto donde el síntoma se contenta, donde “anda solo”. Allí el sujeto goza del síntoma, sin que haya ya demanda ni dirección.

¿Qué puede hacer entonces el analista frente a ese núcleo opaco, mudo, que no entra en la transferencia? No se trata de forzar al analizante a ocuparse de aquello de lo que no quiere saber. La operación analítica consiste, más bien, en hacer resonar ese punto de satisfacción, provocar una equivocación mínima en el goce que se sostiene del síntoma. Que “eso que se contenta” empiece a equivocarse es el modo en que puede comenzar a entrar en la cuenta del discurso, a volverse palabra, a perder algo de su consistencia.

En ese borde —entre el acting out que se dirige al Otro y el síntoma que se basta— se juega el acto del analista: hacer que lo que se goza en silencio empiece a hablar, sin arrancarle su enigma.

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