El problema del Uno —su naturaleza, su estatuto y su función— ha acompañado al pensamiento humano desde sus orígenes. De principio, fue una cuestión filosófica y teológica, ligada a la idea de totalidad, de un principio primero, de una unidad divina o cósmica. Sin embargo, con el avance de la ciencia y la lógica moderna, el Uno fue desprendiéndose de su ropaje metafísico hasta encontrar su soporte lógico-matemático, donde deja de ser un principio de fusión para devenir un operador de diferencia.
Cuando Lacan afirma “Hay de lo Uno”, da un paso más allá de la filosofía. Con esa expresión introduce un modo de existencia del Uno que no remite a una sustancia ni a una totalidad, sino a una función lógica, un “hay” que no depende del ser. Se trata de un Uno sin unidad, un Uno no-todo, que permite repensar el campo del lenguaje en psicoanálisis.
Lejos de cualquier ideal de fusión, el Uno lacaniano no unifica ni totaliza. Incluso cuando aparece encarnado en el significante del Ideal, I(A), lo hace como una ficción necesaria, una ilusión de completud que vela la falta estructural del sujeto. Freud ya había señalado el límite de toda tendencia a la unidad en el Eros, al mostrar que la pulsión de muerte opera como su contrapeso, como aquello que en lo real interrumpe toda aspiración a la fusión.
Desde la perspectiva modal y cuantificacional, Lacan relee el Uno en relación con el 0, apoyándose en la lógica fregeana. El cero marca la falta, el lugar vacío desde el cual puede contarse. El Uno, entonces, no funda la serie, sino que se desprende del acto de contar, del pasaje del vacío a la existencia.
En el plano lógico, este movimiento se traduce en una tensión entre lo necesario y lo posible —del lado del Uno— y lo imposible y lo contingente —del lado del cero. Pero leído desde el campo del goce, esta tensión se traduce en dos modos de existencia subjetiva, dos modos de gozar.
El Uno, en Lacan, no es el principio de la unidad sino el índice de un corte, la huella de una operación que separa al sujeto de la sustancia viva y lo hace entrar en la serie del lenguaje. En esa serie, el Uno no designa una totalidad, sino el eco lógico del goce, lo que hace que haya algo en lugar de nada, aunque nunca sea todo.
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