viernes, 7 de noviembre de 2025

Unidad IV – La ética del analista ante lo catastrófico

1. Diferencia entre función terapéutica y función analítica

¿Qué distingue la posición analítica cuando todo exige una intervención rápida, protectora o normativa?

Ante escenarios catastróficos, el entorno —institucional, familiar, comunitario— suele demandar respuestas orientadas al alivio, la contención o la restauración de cierta estabilidad psíquica. En este marco, el psicoanalista muchas veces es convocado como terapeuta: se espera de él que calme, que tranquilice, que sugiera, que cure. Pero esta demanda no coincide necesariamente con la función analítica, y es justamente en la diferencia entre ambas donde se juega el núcleo ético de la práctica.

1.1. La función terapéutica: estabilizar, orientar, reparar

La función terapéutica responde, en general, a un modelo de intervención que:

  • Busca restaurar el equilibrio yoico o adaptativo del sujeto.

  • Se guía por criterios de salud, normalización o bienestar emocional.

  • Interviene desde un lugar de saber activo, proponiendo recursos, estrategias o directivas.

  • Opera muchas veces en el nivel del yo, apuntando a fortalecerlo frente al trauma o la pérdida.

Esta función es valiosa y, en muchos contextos, necesaria. No se trata de despreciarla, sino de ubicarla en su diferencia estructural con la función analítica, para no confundirlas ni diluir la especificidad del psicoanálisis.

1.2. La función analítica: alojar lo singular sin respuesta preformateada

La función analítica, en cambio:
  • No busca reparar, sino hacer lugar al sujeto del inconsciente.
  • No responde a la demanda, sino que se interroga por su estatuto.
  • No se dirige al yo ni al síntoma como algo a erradicar, sino que aloja el síntoma como formación de compromiso.
  • No impone sentidos ni cura el trauma, sino que permite que algo del acontecimiento se inscriba de manera singular.

El analista no es un técnico del bienestar, sino alguien que soporta el no saber y la no respuesta inmediata. Su acto se define por el deseo —no por la intención de ayudar— y su ética se sostiene en no ceder ante el llamado a ser útil en términos del Otro.

1.3. En tiempos de catástrofe: ¿una función terapéutica inevitable?

Cuando el horror irrumpe, cuando hay muerte, desamparo, ruptura de coordenadas simbólicas, puede ser legítimo que el analista actúe —por momentos— en una función terapéutica. Ofrecer marco, contención, escucha sin interpretación. Pero incluso allí, es posible no abandonar la orientación analítica.

Por ejemplo:

  • En un espacio grupal luego de un atentado o desastre natural, el analista puede sostener el encuadre, permitir la palabra, sin dirigir ni saturar con sentidos.

  • En un hospital, ante familiares de víctimas, puede encarnar una presencia que no se precipita a tranquilizar, sino que respeta el tiempo del sujeto para articular su dolor en palabras.

La clave no está en el dispositivo, sino en la posición desde la cual se interviene.

1.4. La frontera delicada entre las funciones

Es habitual que en situaciones extremas las funciones se mezclen. La pregunta no es si el analista puede o debe actuar como terapeuta, sino cómo mantener una orientación analítica aún dentro de una función asistencial.

El riesgo, si no se diferencia esta frontera, es doble:

  • Que el analista renuncie a su deseo, y actúe solo para satisfacer la demanda o para calmar su propia angustia ante el sufrimiento del otro.

  • Que el analista se escinde, funcionando clínicamente como terapeuta y sosteniendo una supuesta “pureza analítica” como ideal vacío.

Lo que se requiere, en cambio, es una ética que permita negociar con la función terapéutica sin extraviar la dirección analítica.

1.5. Una ética más allá de la técnica

La diferencia entre función terapéutica y analítica no reside en las técnicas utilizadas, sino en la posición del analista y el tipo de vínculo que promueve con el sujeto.

El analista no ofrece garantías, ni recetas, ni consuelos. Pero su acto puede tener efectos terapéuticos. La paradoja es esta: cuando el analista no cede a la función terapéutica, su acto puede ser profundamente terapéutico.

Bibliografía sugerida

  • Lacan, J. (1959-60). Seminario 7: La ética del psicoanálisis.
    → Para pensar la ética analítica más allá del bien y del ideal terapéutico.

  • Freud, S. (1933). Conferencias de introducción al psicoanálisis – Nuevas conferencias.
    → Especialmente la conferencia XXV, sobre el psicoanálisis como profesión.

  • Miller, J.-A. (2007). El lugar y el lazo.
    → Reflexiona sobre la función del analista en el discurso contemporáneo.

  • Soler, C. (2006). El acto analítico.
    → Distinción clara entre intervención terapéutica y acto analítico, con implicancias éticas.

2. El deseo del analista en contextos de urgencia y duelo colectivo

¿Cómo sostener la orientación analítica cuando el sufrimiento es masivo y la demanda es absoluta?

En escenarios de catástrofe, el lazo social se fragmenta, los marcos simbólicos tambalean y los cuerpos, tanto individuales como colectivos, quedan expuestos a un exceso de real. En medio de ese caos, el analista puede ser convocado a intervenir desde múltiples lugares: asistente, contenedor, mediador, experto. Pero ninguno de esos lugares garantiza que su acto sea analítico. Lo que sí orienta su acto es su deseo.

Este deseo no es deseo de ayudar, de consolar, de calmar, de saber, ni siquiera de analizar. Es un deseo que no se deja absorber por la demanda, un deseo que se sostiene incluso en medio de la devastación. Y es eso lo que le permite al analista —si no se aparta de esa posición— crear las condiciones para que algo del sujeto emerja, aun en la urgencia o el duelo colectivo.

2.1. ¿Qué es el deseo del analista?

Lacan no define el deseo del analista como una intención consciente ni como una voluntad, sino como una posición ética que orienta la práctica clínica.

El deseo del analista no es un deseo puro, sino un deseo orientado por la diferencia absoluta que lo separa del deseo del Otro.
(Seminario 11)

Este deseo implica:
  • No taponar el vacío con sentidos.
  • No responder de inmediato a la demanda.
  • No aliarse con los ideales colectivos de normalización.
  • Soportar el lugar del no saber, para que el sujeto pueda decir.

En tiempos catastróficos, el deseo del analista no se manifiesta por lo que hace, sino por cómo sostiene su posición: sin ceder a la urgencia de significar, sin entregarse a la fusión emocional, sin identificarse con el sufrimiento del otro como propio.

2.2. El duelo colectivo: cuando el sujeto se disuelve en el grupo

Los duelos colectivos (por una guerra, una pandemia, un atentado, una desaparición masiva) generan efectos singulares:

  • Hay un dolor socialmente compartido, pero no necesariamente subjetivado.

  • Hay rituales, discursos públicos, homenajes, pero muchas veces no hay lugar para el decir propio.

  • Lo común puede obturar lo singular.

El analista no viene a impugnar la elaboración social del duelo. Pero sí puede, en algunos casos, alojar algo que no encaje en ese consenso del sufrimiento: un odio inapropiado, una culpa desplazada, un silencio intolerable, una repetición sin sentido.

Sostener el deseo del analista, allí, es no capturar lo singular en lo colectivo, y permitir que el sujeto, en su diferencia, encuentre su palabra.

2.3. En la urgencia: actuar sin precipitación

En contextos de urgencia, el deseo del analista no lo empuja a intervenir de inmediato. Tampoco a esperar pasivamente. Es un deseo en tensión, que debe decidir —acto a acto— cuándo callar, cuándo decir, cuándo cortar.

Esa tensión implica:

  • No responder con protocolos clínicos automáticos.

  • No ceder a la expectativa social de eficacia o consuelo.

  • Soportar el desconcierto sin aferrarse a una técnica.

El deseo del analista es lo que permite actuar sin estar actuado por el pánico, la conmoción o la demanda de “hacer algo ya”.

2.4. ¿Qué sostiene al deseo del analista?

El deseo del analista no se sostiene en sí mismo. Se funda en su propia experiencia de análisis, en la renuncia a ser el objeto del Otro, y en la decisión ética de no hacer del paciente un objeto de su saber o de su ideal.

En situaciones de gran conmoción, el riesgo es que el analista:

  • Se identifique con la víctima.

  • Se posicione como redentor o salvador.

  • Intente “reparar” el mundo desde la clínica.

Cuando eso ocurre, el deseo del analista se desvía, y su acto deja de ser analítico. Sostener su deseo, en cambio, le permite estar ahí sin confundirse con lo que el Otro espera de él.

2.5. Una orientación sin garantía, pero con dirección

El deseo del analista no ofrece garantías. No asegura resultados, ni alivio inmediato, ni comprensión total. Pero le da dirección a su acto. Y esa dirección es, en tiempos de catástrofe, un punto de orientación poderoso: no para decir qué hacer, sino para soportar que algo se diga donde no había palabra.

Bibliografía sugerida

  • Lacan, J. (1964). Seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis.
    → Desarrollo fundamental del deseo del analista como orientación ética y clínica.

  • Miller, J.-A. (2002). El deseo del analista. En Curso de orientación lacaniana.
    → Aborda cómo opera el deseo del analista en distintas configuraciones clínicas, incluso fuera del encuadre clásico.

  • Soler, C. (2007). La clínica lacaniana. Capítulos sobre clínica en lo social y deseo del analista.
    → Interesantes consideraciones sobre el papel del analista en contextos institucionales.

  • Fain, M. (2010). El deseo del analista y la función del analista en contextos de urgencia. Revista Analytica del Sur.
    → Ejemplos clínicos y reflexiones sobre práctica en contextos sociales extremos.

3. ¿Neutralidad o implicación? La noción de presencia

¿Qué significa “estar presente” como analista cuando el mundo se derrumba?

En tiempos de catástrofe, el lugar del analista se vuelve especialmente delicado. En medio del sufrimiento colectivo, de la conmoción social, de la urgencia institucional, se espera de él una respuesta, una participación, una toma de posición. Se le demanda “presencia”. Pero ¿qué quiere decir eso en el marco de una ética del psicoanálisis?

La respuesta no puede ser ni el repliegue en una supuesta neutralidad técnica, ni la fusión emocional con el dolor del otro. Tampoco una sobreimplicación militante que borre las coordenadas de la práctica. Lo que se impone es pensar una presencia ética, propia del analista, que no confunde abstención con indiferencia ni intervención con empatía masiva.

3.1. La falsa alternativa: neutralidad vs. implicación

En el discurso común, la neutralidad suele entenderse como “no tomar partido”, mantenerse distante, no involucrarse. Pero en psicoanálisis, la neutralidad no es desinterés: es una posición ética que implica no responder desde el yo del analista, no juzgar, no identificarse, no intervenir desde el sentido común.

Por otro lado, “implicarse” no significa necesariamente perder la dirección analítica. Implicarse puede ser:

  • Estar presente sin buscar calmar.

  • Sostener un marco donde lo simbólico se ha roto.

  • Ofrecer un acto cuando el silencio se vuelve acting.

Entonces, el dilema no es neutralidad o implicación, sino cómo estar presente sin caer en el empuje a responder desde el Ideal.

3.2. La presencia como función clínica

La presencia del analista no es simplemente estar allí. Es una presencia estructurante, que encarna un lugar de Otro posible, aun cuando el Otro social haya colapsado. Su sola presencia puede:

  • Permitir que el sujeto diga algo sin ser capturado.

  • Introducir una pausa en el automatismo del trauma.

  • Ofrecer un borde frente a la angustia sin forma.

“La presencia del analista no se mide por su decir, sino por el modo en que su silencio sostiene un lugar para el sujeto.”
(Claude Le Guen)

No se trata de hablar, sino de estar como alguien que no se deja arrastrar ni por el pánico ni por el deseo de solución.

3.3. Intervención sin intromisión

Presencia no significa fusión emocional, pero tampoco ausencia de acto. A veces, un gesto mínimo —una pregunta no intrusiva, una repetición del decir del otro, un simple “esto puede repetirse”— puede tener un efecto subjetivante enorme.

Lo que importa es que ese gesto:

  • No clausure.

  • No calme a la fuerza.

  • No se ponga por encima del sujeto.

La ética de la presencia analítica implica una disponibilidad que no es invasiva, un silencio que no es indiferente, y un acto que no busca salvar, sino alojar lo que no encaja.

3.4. Presencia como límite: no estar en todas partes

Un riesgo frecuente en catástrofes es la sobreexposición del analista. Ser convocado a múltiples espacios (grupos, hospitales, instituciones, medios), responder siempre, sostenerlo todo. Pero cuando el analista está en todas partes, deja de estar como analista. Su deseo se diluye, su función se desdibuja, su acto se vuelve reflejo.

Por eso, presencia también es límite. Saber dónde no intervenir, cuándo no hablar, con quién no trabajar. Sostener un borde entre la función analítica y las expectativas del entorno.

3.5. Ética del vacío: presencia sin saturación

El analista no viene a llenar el vacío del Otro, sino a sostener que ese vacío pueda ser habitado. Esto es especialmente crucial cuando el discurso social exige explicación, consuelo o sentido.

Allí donde se espera completud, el analista ofrece una presencia que no cierra, pero tampoco abandona. Una presencia que habilita el surgimiento de un sujeto, incluso cuando todo alrededor parece gritar “¡salválo!”.

Bibliografía sugerida

  • Le Guen, C. (2004). El psicoanálisis frente a la urgencia. Tres Haches.
    → Desarrolla la noción de presencia como acto clínico y ético en situaciones de catástrofe.

  • Lacan, J. (1960). La dirección de la cura y los principios de su poder. En Escritos.
    → Fundamentación sobre la implicación ética del analista en la conducción de la cura.

  • Miller, J.-A. (2007). Presencia del analista. Curso de orientación lacaniana.
    → Reflexiona sobre los diferentes modos de presencia posibles y su relación con el acto analítico.

  • Laurent, E. (2012). Presencia del analista y comunidad analítica.
    → Una lectura contemporánea sobre el lugar del analista en lo social.

4. Lo que se espera del analista y lo que el analista puede sostener

Entre la demanda social de respuesta y la posibilidad analítica de sostener una pregunta

Cuando la catástrofe irrumpe en el campo social, el analista es muchas veces convocado bajo una suposición de saber o eficacia. Se lo espera como alguien capaz de entender, calmar, orientar, contener, normalizar. Esta expectativa social e institucional es comprensible, pero entra en tensión con la lógica del psicoanálisis, que no opera desde el ideal del bien ni desde la promesa de estabilización.

Este apartado apunta a explorar esa disyunción entre lo que se espera del analista y lo que efectivamente puede sostener, tanto en términos clínicos como éticos. Porque el analista no está allí para responder a la demanda, sino para alojarla en su enigma.

4.1. La demanda que se le dirige al analista

En contextos catastróficos, las instituciones, los medios, los equipos de salud e incluso los propios pacientes suelen esperar del analista que:

  • Explique lo que pasa ("¿por qué actúa así?", "¿es un brote?").

  • Intervenga activamente ("decile que no puede hacer eso", "calmalo").

  • Normalice ("hacelo volver al trabajo", "hacé que duerma").

  • Acompañe emocionalmente ("contenelo", "decile que no está solo").

Es decir, se lo convoca a operar como garante de sentido y bienestar. Como si el analista viniera a restaurar lo que se perdió: el orden, la lógica, el yo.

Pero el analista no es médico del alma, ni educador emocional, ni portavoz del buen sentido. Si su respuesta a esa demanda es ceder a ella completamente, su acto deja de ser analítico.

4.2. Lo que el analista puede (y no puede) sostener

El analista no puede sostenerlo todo, ni debe hacerlo. Hay límites estructurales a su función, que conviene clarificar:

Lo que sí puede sostener:
  • Una posición de escucha que no se precipite a calmar ni a interpretar.

  • Un marco (aunque precario) donde algo del sujeto tenga lugar.

  • Un vacío que no angustie sino que convoque.

  • Una presencia sin fusiones, sin empatía confusional, sin paternalismo.

  • El deseo, no como intención consciente, sino como orientación que habilita al sujeto a hablar desde su singularidad.

Lo que no puede sostener:
  • La expectativa de “salvar” al otro.

  • La demanda de dar respuestas cerradas o soluciones inmediatas.

  • La omnipotencia proyectada por instituciones o grupos.

  • La sobreexposición en lugares donde su función no puede mantenerse.

“El analista no está para decir lo que hay que hacer, sino para no impedir que el sujeto diga lo que tiene que decir.”
(Jean Allouch) 
4.3. Ceder o sostener: el punto de inflexión ético

En contextos de urgencia o duelo colectivo, el analista se enfrenta a una decisión constante:

  • ¿Cede a la demanda de utilidad, contención, sentido?

  • ¿O sostiene su función, aun si eso lo deja en una posición incómoda, inexplicable, marginal?

La respuesta no es fija ni abstracta. Cada situación impone su lectura. Pero si el analista olvida que su acto se orienta por el deseo y no por la demanda, corre el riesgo de convertirse en un operador del bien, del protocolo, del ideal… y no en quien hace lugar al sujeto allí donde no hay garantías.

4.4. Lo que el psicoanálisis puede ofrecer en lo catastrófico

El psicoanálisis no ofrece calma ni consuelo. Ofrece, más bien:

  • La posibilidad de que el sujeto construya su decir sobre lo que ha pasado.

  • Un espacio donde el sentido no se imponga, sino que se busque.

  • Un acto que no representa al sujeto, pero sí lo convoca.

En medio de la urgencia, el psicoanálisis no propone una solución rápida, sino una operación que respete los tiempos y marcas del deseo.

“No se trata de evitar el trauma, sino de alojarlo sin clausurarlo.”
(Miquel Bassols)

4.5. Una función sin heroicidad

Finalmente, es fundamental recordar que el analista no debe responder como héroe. Su acto, si lo hay, no es visible, no es espectacular, no es reconocido. Muchas veces, será apenas una pregunta, un gesto, una presencia silenciosa que permita al otro empezar a hablar desde sí mismo.

En contextos donde todo empuja a la saturación de sentido, sostener un punto de vacío puede ser el acto más radical y más clínico del analista.

Bibliografía sugerida

  • Allouch, J. (1996). Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca.
    → Sobre el lugar del analista ante el duelo colectivo y el silencio institucional.

  • Bassols, M. (2013). El analista y lo real del trauma. En Revista Lacaniana de Psicoanálisis.
    → Explora qué puede aportar el psicoanálisis cuando el trauma es colectivo.

  • Laurent, E. (2015). La ética del deseo del analista.
    → Muy útil para pensar los límites y alcances del acto analítico frente a la demanda masiva.

  • Lacan, J. (1960). La dirección de la cura y los principios de su poder.
    → Aporta claves fundamentales sobre la responsabilidad del analista y su posición ética.

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