sábado, 6 de diciembre de 2025

La palabra, el oyente y la función del Otro en la transferencia

Que la palabra convoque una respuesta, o que desde el inicio presuponga un oyente, indica que siempre incluye al Otro. Pero lo incluye más allá de cualquier persona concreta: la palabra se dirige al Otro en tanto lugar estructural, porque de allí proviene y porque es justamente la función del Otro la que instituye la legalidad misma de la palabra en el niño.

En esta perspectiva se anticipa la posición del oyente, fundamento de la operación analítica y del lugar que el analista ocupa en la transferencia. Desde aquí se comprende por qué Lacan discute con tanta insistencia la idea de una transferencia pensada como un “aquí y ahora” con el analista: si se la reduce a ese nivel, el analista queda reducido a un semejante imaginario. En cambio, situarlo del lado del oyente lo ubica como aquel que, al prestarse al dispositivo, hace funcionar la dimensión del Otro.

Considerar al Otro desde este ángulo —más allá del momento de su función de garante— permite diferenciarlo de cualquier figura que pudiera proveer satisfacción. El Otro opera por su valor simbólico y fundante, no por ofrecer un objeto que colme.

Así, el analista queda investido de lo que Lacan llama “el poder discrecional del oyente”: desde esa posición hace funcionar la palabra, no sólo invitando a hablar sin centrarse en el sentido, sino también por el modo en que interviene —o por su silencio— dentro de la transferencia.

De esta concepción se desprende una diferencia de gran alcance: el silencio pertenece al campo de la palabra y constituye una forma de emisión, mientras que lo mudo se vincula más directamente con lo pulsional. Palabra y silencio se articulan en la alternancia propia de lo simbólico, operan por oposición, y es en ese juego discontinuo —en esa superficie ultraplena del discurso— donde el inconsciente se deja entrever.

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