viernes, 12 de octubre de 2018

Transmisión entre generaciones. Los secretos y los duelos ancestrales.

Por Alicia Werba I. 

I. LO INDECIBLE Y EL ENIGMA DE SU TRANSMISION 
Mi intención es realizar un recorte dentro de la teoría psicoanalítica para dedicarme exclusivamente a la problemática de la transmisión y dentro de ella especialmente a un aspecto de la misma, que es el referido a la transmisión de los duelos y secretos provenientes de generaciones anteriores y sus efectos sobre las generaciones siguientes. 

Me voy a referir a la transmisión entre generaciones desde su perturbación, desde el corte en la transmisión, hasta incluso su interrupción. 

Los enigmas que estos estados mentales plantean son los que me condujeron a nuevos replanteos teóricos. 

En ese sentido defino los duelos ancestrales como duelos no procesados, en los que los ancestros siguen teniendo presencia a través de los descendientes. Estos ancestros son personajes idealizados, cuya representación ha sido investida con una fuerte carga libidinal y/u hostil y que a modo de “muertos vivos”, no han logrado, por diferentes razones, una verdadera sepultura psíquica en sus descendientes. Como tales siguen teniendo vigencia en las generaciones posteriores, capturando y alienando sectores del psiquismo de uno o varios de sus descendientes. Se plantea entonces, una situación en la que el proceso identificatorio no responde sólo a investiduras abandonadas desde el espacio intrasubjetivo y libidinal propio del sujeto. Se trata de un proceso inconsciente, por el cual uno o varios miembros de una familia, son identificados por el ascendiente, en relación a un tercero (el ancestro), e investidos con la carga libidinal y/u hostil destinada a éste. Al tomar, los descendientes, esta designación para sí, un sector de su psiquismo queda atrapado en una identificación alienante. Alienante porque los despoja de la posibilidad de acceder a la verdad de su identidad y por lo tanto a su propia historización. De este modo el individuo queda encerrado en un callejón de difícil salida, ya que si bien es cierto, le otorga el beneficio narcisista de no tener que elaborar las diferencias sexuales y generacionales que le impone la superación del conflicto edípico, lo deja capturado y perdido en un mundo sin sentido propio. Haydée Faimberg se refiere a la “identificación inconsciente alienante”, definiéndola como un tipo especial de identificación que da cuenta en sesión y en el marco de la transferencia de la emergencia de lo que denomina “telescopaje de las generaciones”. Es un tipo de identificación que condensa tres generaciones y la define como alienante porque es portadora de una historia que, en parte pertenece a otro. Este modo particular de identificación sirve para resistir la herida inflingida por el Edipo y las diferencias generacionales, obstaculizando así la dialéctica entre el registro narcisista y el edípico.(1) 

Los duelos ancestrales se asemejan a los duelos patológicos en que, lo que no ha podido ligarse a la palabra son fundamentalmente los afectos provocados por la muerte de figuras significativas. Por otra parte, se diferencian de los mismos, en que la dificultad de tramitación no se refiere solo a una pérdida propia, sino a una pérdida no elaborada, sufrida por un ascendiente, que produce efectos e impone un trabajo psíquico inconciente plus a la descendencia. Cuando en primera generación se clausura el procesamiento de un duelo, las generaciones siguientes no reciben las condiciones para la nominación de las emociones asociadas a los efectos de dichas experiencias. 

Los secretos ancestrales, por su parte, aluden a la existencia, en la historia familiar, de la realización de hechos “prohibidos”, tales como asesinatos, violaciones, infidelidad, actos incestuosos, estafas, etc. cometidos por algún antepasado y que han sido herméticamente guardados. En una particular modalidad de clivaje del Yo, el contenido de este secreto puede ser encriptado. Este espacio guardará, también en forma impermeable, tanto emociones ligadas a un goce prohibido como intensos sufrimientos que aluden a la escena, objeto de silenciamiento. En ellas el sujeto puede haber sido participante directo o indirecto.(2) 

El ocultamiento de hechos de tal envergadura, supone una perturbación en la estructura familiar que lo padece. Sus efectos pueden rastrearse en aquellos descendientes que se transforman en portadores de un secreto que desconocen. Lo importante no es tanto el contenido del secreto, en general de difícil o de imposible acceso, sino la transmisión de su estructura y los ropajes con los que se reviste en sus manifestaciones. Sus portadores tienen necesidad, ellos mismos, de tener sus propios secretos para cubrir el vacío dejado por el de los ascendientes. Acá no son como en los duelos ancestrales, al decir de Abraham y Torok, los muertos los que vienen a obsesionar, sino las lagunas dejadas por el secreto de los otros.(3) 

Tanto en los duelos como en los secretos provenientes de generaciones anteriores, los descendientes recibirán la carga de tomar para sí aquello que corresponde a una historia que en parte no les es propia y deberán realizar con ella algún tipo de trabajo psíquico plus, destinado a la elaboración de lo que las generaciones anteriores dejaron en suspenso. Se trata de un otro o de otro del objeto, que está presente en forma inconsciente, de un objeto psíquico interno y en relación al cual deben simbolizar, a expensas de su propia vida pulsional. 

Para poder acceder a su propia historización y por lo tanto apropiarse de su subjetividad, deberán poder salir de las identificaciones alienantes inconscientes, fruto de esta no elaboración. 

Lo indecible en primera generación se transforma en un innombrable en la segunda y en un impensable en la tercera. Al no haber sido nominadas dichas experiencias emocionales por los padres, no pueden ser objeto de ninguna representación verbal en los descendientes, lo que conduce a un proceso posiblemente frustro de simbolización. Especialmente en los períodos turbulentos en los que el padre portador de cripta se descompensa, por ejemplo con desbordes de angustia, de cólera, depresivos, el hijo debe realizar todo un trabajo psíquico destinado a comprender lo que sucede. En ese ambiente dramático, los actos extraños y los restos de palabras pueden terminar en el descendiente en construcciones más extrañas aún. Por ejemplo: palabras semejantes sólo fonéticamente, evitaciones obsesivas como expresión de la desconfianza a las palabras que ocultan, fobias que aluden a evitación de un deseo cuya realización pueda ocasionar la repetición del drama originario, etc.(4) 

Esto crea un tipo de psicopatología que amplía los límites del marco teórico con el que solemos abordarlas. En ese sentido, “lo innombrable puede adquirir la forma de fobias, compulsiones obsesivas, problemas en el aprendizaje, etc. que, no están solo ligadas al conflicto entre deseo y prohibición, sino también al conflicto entre el deseo de saber y comprender y las dificultades que el contexto impone a dicho conocimiento”.(5) 

Cuando en la tercera generación nos encontramos con lo impensable, “el descendiente puede registrar en sí mismo, sensaciones, emociones, imágenes, potencialidades de acción, angustias sin nombre, síntomas corporales que le parecen bizarros, desarrollar síntomas desprovistos de sentido y que no se explican sólo por su propia vida psíquica”.(6) Esto es porque ya en la tercera generación no quedan ligaduras posibles con lo no dicho. En ese sentido, patologías como la psicosis, psicosomática, adicciones, etc. nos llevan a ampliar su conceptualización, incluyendo lo relacionado con la transmisión ínter y transgeneracional. 

II. UN CASO CLINICO: LA “NIÑA-NIÑO SECUESTRADO, VIOLADO Y MATADO” 
María es una paciente de veinticuatro años de edad que consulta por padecer sensaciones de angustia y dificultades en cuanto a la continuación de su carrera. En una primera impresión, su sintomatología podría ser caracterizada como una neurosis histerofóbica. Sin embargo, desde el comienzo, algunas expresiones de la paciente, así como su repercusión en la contratransferencia, empezaron a llamar mi atención, promoviendo reflexiones e interrogantes acerca de la efectos de lo ínter y lo transgeneracional en los miedos y ansiedades de la paciente y en la posibilidad de la influencia en su psiquismo, de duelos y secretos familiares que trascendían su propia historia pulsional. 

II.1. Su familia de origen. 
Los padres de la paciente están separados desde hace algunos años. (Siguiendo un modelo de funcionamiento familiar, ella nunca habló de esta separación con nadie). Tiene tres hermanas mayores. El primer hijo y único varón de esta familia, falleció de muerte súbita al cumplir el mes. Poco tiempo después, su padre comenzó con los primeros indicios de una enfermedad autoinmune. El diagnóstico inicial fue de suma gravedad, pero la misma se estabilizó provocándole un deterioro muy lento. Al año siguiente de la muerte del pequeño, nació la primera hija mujer y en menos de un año nació una segunda. Seis años después nació la tercera y al año María. 

El análisis de esta descripción, sumada a otros datos que excederían las posibilidades de este trabajo, nos permite pensar en algunas hipótesis acerca de una modalidad de funcionamiento de esta familia. Conjeturo que la fertilidad en forma duplicada es uno de los recursos que esta pareja instrumentó como modo de evadir la elaboración de sus duelos. Si esto fuera así, los hijos tendrían la potencialidad y el mandato de constituirse en un reaseguro contra dichas angustias. 

Ambos padres están en una situación económica precaria, ya que, fruto de transacciones comerciales y financieras, perdieron todo lo que tenían, quedando con deudas incobrables por sus acreedores, por importantes sumas de dinero. 

II. 2. La familia de los padres 
Cuando la paciente tenía un año presenció un confuso accidente en el que murió su abuela materna de cincuenta años. Según la versión familiar esto sucedió al bajarse de un tren en movimiento al que había subido para despedir a su hija y nietas. En el fondo, la paciente sospecha que fue un suicidio. Este dato permanece en duda, sin que ella pueda confirmar, en su entorno, la verdad o falsedad de su sospecha, ni las posibles causas del mismo. Cuando intenta relacionar alguno de sus terrores con este episodio, la madre le responde que María (que en ese entonces era una beba) “no sintió nada” porque estaba dormida en sus brazos. Esta respuesta nos alerta acerca de mecanismos de desmentida también impuestos vincularmente desde un otro significativo. 

El abuelo materno estaba separado de la abuela y falleció cuando la paciente tenía diez años. Fue una figura de sostén en su infancia, con quien la paciente mantenía un vínculo filial. 

La abuela paterna falleció cuando María era pequeña y representó una figura poco significativa. Su abuelo paterno es muy longevo, y la paciente guarda con él un vínculo de hostilidad y rechazo. 

A lo largo del análisis se va develando un relato de la historia familiar paterna, signada por la tragedia de la muerte, en la temprana infancia de su padre, de un hermano de cinco años, en circunstancias dramáticas. 

Llama la atención en relación a su familia de origen el rechazo de la paciente a usar su apellido paterno. María lo deforma en su pronunciación y en la escritura, con lo que lo despoja de su marca identificatoria y lo transforma en un apellido vulgar y corriente. Este apellido se corresponde a una antigua y acaudalada familia, conocida en nuestro país por su inserción industrial, asociada a una marca de identidad y pertenencia a la alta sociedad. Al despojarlo de estas características, María queda ligada a un apellido que no se corresponde con la cualidad de su filiación. 

II. 3. El inicio del proceso. 
Al principio, resultaba difícil establecer algún contacto emocional con la paciente, ya que hablaba y respondía en forma estereotipada. Las expresiones acerca de su persona eran muy generales, y respondía con “siempre” o “nunca” a las interpretaciones. Desde la perspectiva del tema que estamos abordando, el siempre o el nunca podrían ser pensados como indicios de identificaciones coaguladas en un espacio atemporal. 

Promediando la sesión, yo caía en un fuerte sopor, vivencia de la cual me era difícil sustraerme y que me impedía disponer de todas mis posibilidades para pensar, dificultando el ejercicio de mi función. Como si quedara “medio muerta y medio viva”, no podía estar totalmente en la sesión. 

Pienso el sopor como expresión de la presencia de un vínculo fusional e indiscriminado con un objeto muerto, (7) como una identificación alienante en la paciente con el hermano-tío-abuela, “muertos-vivos”, en la fantasmática familiar y en el mundo interno de María. Poco a poco, esta dificultad de contacto se fue modificando. María se fue comprometiendo emocionalmente con la tarea y las situaciones de sopor se fueron delimitando a ciertos momentos que advertían acerca de la inminencia de lo desmentido. La función analítica, destinada al reconocimiento de su interioridad, fue fundamental para lograr un primer acercamiento a su vacío de identidad y sus afectos escindidos. Sin embargo, la impresión contratransferencial de la existencia de sectores de su persona a las cuales no era posible acceder, fue una presencia permanente durante un período mucho mas largo. 

II. 4. Los muertos que vienen a obsesionar a los vivos: del vínculo con Sebastián al hermano muerto. 
La evolución, dentro del proceso, llevó a emergentes en sesión, que aludían a la forma en que los muertos y ausentes, venían a obsesionar en su espacio psíquico. 

El análisis de la relación de María con un antiguo novio, del que estaba separada hacía siete años, fue muy significativo para comprender, tanto sus dificultades de separación, como la presencia de un vínculo fusional con su hermano muerto. “Es como un fantasma –dice María de su ex-novio–, no puedo evitar lo que me pasa con él, desde que nos separamos. Para mí, es alguien que me acompaña, con quien hablo y me imagino situaciones cuando me siento sola. Es una obsesión que me molesta, que quisiera poder sacar de mí”. Define la obsesión como: “el no poder pensar en otra cosa; se transforma en lo único importante, no me lo puedo sacar de la cabeza, no hay alguien mas importante que él. Es alguien que no existe y que ocupa todos mis pensamientos”. 

A partir del análisis de la modalidad de la paciente, de desmentir las pérdidas convocando a quienes no están, para acompañarse con ellos cuando está sola, se va desplegando una cadena de sustitutos que van desde Sebastián a su abuelo materno y luego a su hermano muerto (en varias ocasiones ha imaginado la presencia del hermano en su mundo, describe el color pelirrojo de su cabello, aunque resulta una imagen difusa). 

La paciente asimismo muestra una especial predisposición, impuesta y sostenida vincularmente, a ubicarse y ser ubicada en el lugar del ausente. Sabemos, por ejemplo, que siendo niña, en algunas ocasiones es llamada Eugenia por las tías paternas. Eugenio era el nombre del bebé muerto, así como el de su padre. En relación a la separación de sus padres, tiende a ocupar el lugar del papá junto a su madre. Esto ocurre también en relación al lugar del hermano en el vínculo con su madre. 

Un lapsus de la paciente nos conduce en la dirección de su identidad duplicada. En el contexto de un relato en el que, en sus pensamientos, viaja acompañada de Sebastián, comentando sus dificultades para reconocer la talla adecuada a su ropa interior, María dice: “yo no sé cómo es mis cuerpos”. ¿Ella es más de un cuerpo, no sabe si es un hombre o una mujer o tampoco sabe si es? 

Si ella se libera de esta identificación alienante, deberán enterrar psíquicamente a los muertos insepultos. Un sector del espacio psíquico de la paciente, estaría atrapado en la alternativa inconsciente entre aceptar una identidad no legítima o confrontar al padre con la muerte de su hijo y de su hermano, y a la madre con el desgarro de la muerte de su hijo varón y de su madre, y especialmente a sí misma con un vacío identificatorio, así como con la amenaza de colapso narcisista. 

II. 5. Sueños, pesadillas y terrores, entramando los duelos y secretos familiares 
María aporta numerosos sueños al análisis que me parecieron ilustrativos de las situaciones que procuro describir. Algunos de ellos son verdaderas pesadillas y llaman la atención por su falta de transformación, otros son más elaborados y de mayor contenido simbólico. Transcribiré algunos de ellos. 
Primer sueño: “Venía a la sesión con mi madre y ella hablaba mucho; y hablaba y hablaba, y sentía que yo no tenía espacio para hablar. Mamá tenía unas ropitas de bebé en sus manos y yo pensaba que la única posibilidad que me quedaba era ponerme en autista, y en el sueño pensaba en no volver más a la sesión”. 
Asocia el sueño a un tema trabajado en la sesión anterior: por ser la hija menor heredaba la ropa que habían usado sus hermanas y era la última a la que le servían la comida. Desde el punto de vista de nuestros desarrollos, destacamos en este sueño la representación de una madre absorbida por un duelo que invade el espacio psíquico de la paciente y de una niña cuyo mecanismo frente a esta situación es el aislamiento, de modo que el desarrollo de su personalidad queda obturado. Es posible conjeturar que si las ropas están representando su self, la deuda que sus padres tendrían con ella, está conformada por aquellas investiduras de las cuales no ha sido objeto. 
Segundo sueño: “Soñé que tenía relaciones sexuales con mi hermana. Yo era varón, incluso sentía la excitación y la erección. No sé si mi hermana tenía cuerpo, o no lo veía. Sentía que era un sueño muy raro. También sentía que era mujer, como si fuera mi hermana. Me preocupaba y le preguntaba a mi hermana si se cuidaba de no quedar embarazada. Aparecía Fernando (el novio de mi hermana) y pensaba que con él sí se cuidaba. No nos podíamos dormir y nos matábamos de risa. No nos tocábamos”. 
Relata una discusión entre la hermana y la madre por una bolsa de basura que se derramó. La hermana le expresó sus dudas acerca del deseo materno de concebirla. La paciente buscó tranquilizarla diciéndole: “no te preocupes; el ‘lapso’ soy yo”. Extraña expresión que posiblemente aluda a un tiempo demasiado corto entre el nacimiento de una y otra hermana. En este contexto la basura parecería simbolizar los desperdicios-hijos no deseados, respondiendo a sus sentimientos de ser descartable o estar de más. Relata un proyecto de investigación propuesto a la empresa acerca de medicamentos “truchos”, como indicio de que su disposición a investigar está en marcha. 

El sueño es interpretado como los primeros acercamientos de la paciente a reconocerse en su cuerpo, representarse qué es lo que se siente siendo varón, qué se siente siendo mujer y su deseo de investigar si ella es trucha o verdadera. 

Surge luego otro fragmento del sueño en el que las hermanas se decían que no se podían dormir y aparecía Elsa, la mucama de su infancia, provocándole mucha alegría al anunciarle que le iba a planchar el uniforme que tenía que usar al día siguiente en su trabajo. ¿La analista ofreciéndole la oportunidad de nuevas posibilidades identificatorias? 

Además de la transferencia homosexual, el sueño describe una escena que representa una relación incestuosa entre hermanos, que alude posiblemente, a un vínculo erotizado con el hermano muerto y a su identificación con él. Sus deseos de contacto tienen una función homosexual y erótica, pero fundamentalmente expresan una situación más primitiva asociada a la necesidad de sostén y de amortiguación de angustias terroríficas asociadas al vínculo incestuoso con el hermano muerto, desplazado al vínculo con la hermana (con quien tiene una situación de casi melliza) y con la madre. 
Tercer sueño: “Soñé con una amiga que murió en un accidente cuando yo terminaba la escuela secundaria. En el sueño estaba viva. Yo me decía: ‘no le tengo que decir Gabriela sino Maika, porque es Maika; Gabriela está muerta’”. Maika es la hermana, tres años menor que Gabriela. “También soñé con agua marrón y en otros momentos veía cosas verdes”. 
No sabe con qué asociar, pero cuando se despertó pensó: “¡que horror! Soñar con agua marrón es mala suerte”. Se lo comentó a una compañera y le dijo que una amiga había soñado con agua marrón y murió un familiar. El sueño fue interpretado en relación a su propia vivencia de no saber cuál de los hermanos es; si la viva o el muerto que necesita conservar vivo. 

Comentario sobre los tres primeros sueños: 
El primer sueño muestra el registro de la no investidura por parte de las figuras primarias. El segundo sueño expresa su identificación alienante con el hermano muerto que viene a llenar este vacío de investiduras. El tercer sueño despliega un progresivo intento de discriminación e inicio de acceso a una identidad propia. Podemos, entonces, dibujar un recorrido que la lleva a ser portadora de una identidad ilegítima hacia los primeros esbozos de una identidad propia. 
Cuarto sueño: Quiero centrar ahora nuestra atención en un sueño pesadilla que la paciente narra en una sesión previa a una separación analítica por vacaciones: “Lloraba toda la noche porque había desaparecido mi sobrino (el que en la realidad, estaba en la casa que aún hoy la familia paterna utiliza para los fines de semana, cercana al complejo industrial familiar. Su sobrino estaba con su hermana y la familia). Yo me decía que si no aparecía en dos días lo iría a buscar. Tenía la seguridad que lo iba a encontrar”. 
Su inmediata asociación es el relato de un evento de características siniestras: cuando su padre era pequeño, estando en dicha casa, con un hermano menor, de cinco años de edad, este último fue secuestrado, violado y tirado embolsado, en una zanja, cerca de uno de los galpones del complejo industrial mencionado. Se pudo saber que el responsable de esta acción fue una persona, que vivía en la marginalidad y que fue pagada para tal fin. María averiguó que la muerte del pequeño fue una consecuencia de una venganza, ya que el abuelo estaba vinculado a círculos de poder. 

Además de las obvias referencias a la situación transferencial por las vacaciones analíticas, este sueño es el comienzo del hilo conductor que entrama el duelo con secretos familiares. De todas estas cosas ella se enteró “de oídas”, por retazos de conversaciones silenciadas y desmentidas que le permitieron armar esta historia de la cual nunca habló con nadie. Recuerda que sus abuelos tenían miedo que los nietos jugaran fuera de la casa y que cuando alguien hablaba del tema lo hacían callar. Recuerda también una foto de un niño pequeño y sus sensaciones particulares cada vez que ella interrogaba sobre él y obtenía la misma respuesta: “es el bebé”. Ella tenía la necesidad de reiterar la misma pregunta en las visitas siguientes. 

El sueño y sus asociaciones, por lo tanto, aluden a traumas, duelos y secretos vividos por los ancestros de la paciente. Se presenta como un sueño de repetición de un acontecimiento traumático, con la particularidad de que se trata de traumas no vividos por María, sino por sus antepasados paternos. Es una pesadilla y tiene la función de sustituir la ausencia del objeto por la búsqueda y encuentro del niño. Contiene un bajo nivel de transformación y simbolización. Lo que denuncia el fracaso del sueño es la intensa angustia que promueve. Identificada la paciente, en forma inconsciente alienante con el tío desaparecido, el sueño revela la actualización transgeneracional de experiencias traumáticas en relación a duelos y secretos familiares, reactivados por la ausencia del analista. 

Fundamentalmente a través del secreto, este sueño se revela como tal en el contexto del proceso psicoanalítico: en primer lugar hace irrupción a partir de un momento transferencial particular que es la próxima ausencia del analista. En segundo lugar, el secreto surge como asociación al sueño aportando nuevos datos que hasta el momento habían permanecido ocultos y que traen a la luz sectores marginados y clivados de la personalidad de la paciente. El secreto no lo es tal por su contenido, ya que María conoce girones de su argumento, sino por el encubrimiento de que es objeto en su familia y en ella misma y por los efectos que esto produce en su psiquismo. Los enigmas que estos estados mentales plantean son los que obligan a la analista a nuevos replanteos teóricos en relación a la transmisión generacional. 

II.6: Espacio claustrofóbico y lo familiar rechazado que vuelve 
Progresivamente se va delineando la presencia en su psiquismo de una sintomatología claustrofóbica, con escenario en colectivos y en trenes. En una sesión María relata que se sintió aterrorizada en un colectivo porque: 

“había un señor con aspecto raro, ropa sucia, cara rara y empecé a tener mucho miedo y a dudar en bajarme. Sentía que me podía matar”. 

Añade que con frecuencia le sucede esto en los viajes en colectivo. Al principio le ocurría sólo en los de tren. Se trata siempre de terrores ante la presencia de personas marginales que tienen cara de malos y la pueden asesinar. Además, ella se fija siempre si el personaje temido lleva una bolsa. Sus miedos progresivamente se despliegan en una situación que podría ser caracterizada como: “Hay una niña que tiene miedo de que la secuestren, la violen, la maten, la metan en una bolsa y la tiren en una zanja”. 

Este descubrimiento acerca de los aspectos transgeneracionales desconocidos surgiendo en la sesión, produjo perplejidad y emociones vinculadas a lo siniestro. Podemos conjeturar que estas sensaciones se producen por la amenaza de ruptura de un clivaje, en relación a algo familiar rechazado que vuelve. Esto sólo puede ser objeto de una construcción que causa cierto sentimiento de extrañeza, ya que el sujeto no es portador legítimo de esta identidad. A diferencia de lo reprimido, que cuando se hace consciente se desvanece, lo transgeneracional cuando se hace consciente es reconocido en su ajenidad por el sujeto que lo transporta. 

Es notable como María repite en sus terrores actuales esta historia que, en parte, no le pertenece. ¿Será este modelo de identificación, un modo de tomar para sí las deudas de sus ancestros con los muertos, ocupando el lugar del hijo o del hermano que perdieron? Si esto es así, vemos cómo lo familiarmente no procesado ni trasmitido explícitamente reaparece, casi sin transformación, en los sueños y temores de un miembro de la segunda generación. 

En este espacio, la fobia ligada al deseo y prohibición, está asociada a terrores vinculados a girones de historias oídas acerca de episodios silenciados en relación a duelos familiares y a secretos asociados a ellos. 

El vacío dejado por el secreto fue tomando la forma de interrogantes en relación a la suerte corrida por el asesino. Fueron surgiendo conjeturas en las que, desde el material traído por la paciente y su subjetividad, se detectaba una fantasía de participación familiar: al interrogar al padre, como guardián del secreto familiar, éste aduce que aquel hombre apareció muerto de una forma violenta. “¿El abuelo lo mandó a matar?” Las respuestas fueron variadas, en directa relación a la proximidad del hecho. 

J. C. Rouchy dice que cuando un paciente comienza a cuestionar el vínculo endogámico y encerrante que mantiene con su entorno familiar puede empezar el proceso de investigación, iniciando su búsqueda por aquellos miembros menos involucrados en el secreto. 

Más adelante, a partir de asociaciones a sueños, el secreto articulaba sus angustias claustrofóbicas en trenes y colectivos también al posible suicidio de la abuela. 

En ese sentido podemos detectar, en la presentación del material, lo inevitable para el analista: el hacerse eco de la posición de detective, destinado a también querer saber cuál es el contenido del secreto, como una forma de resistencia a la aceptación de las lagunas dejadas por el secreto inaccesible. 

II.7. Hacia la construcción de una historia propia 
A partir de lo relatado, el acercamiento paulatino a la existencia de secretos familiares, la elaboración del duelo por los muertos y la liberación de su identidad alienante conforman para la paciente un proceso imbricado. En este proceso, la mayor elaboración del duelo promueve una mayor investigación de los aspectos “vergonzosos” y ocultos de su historia familiar y una incipiente construcción de su propia identidad. Esto por un progresivo trabajo de desidentificación que condujo a una mayor posibilidad de apropiarse de su subjetividad y su propia temporalidad. De este modo se van despejando los factores que capturan su mundo deseante, permitiendo dedicarnos más ampliamente, al análisis de las fobias en su perspectiva neurótica. 

Al respecto, Haydée Faimberg afirma: “El proceso identificatorio inconsciente alienante, congela al psiquismo en un siempre, que es un carácter del inconsciente, considerado atemporal. Tal vez sería más correcto hablar de otra temporalidad. Cuando se conoce la historia secreta se puede modificar los efectos que tiene sobre el yo, modificar el clivaje alienante. Este proceso de desidentificación permite restituir la historia en tanto ésta pertenece al pasado. La desidentificación, en consecuencia, es la condición de la liberación del deseo y de la constitución del futuro”. (8) 

Por otra parte pienso que en el psiquismo de la paciente, los efectos de los duelos y secretos familiares de generaciones anteriores se articulan con una desmentida originaria referida al registro de la falta de investiduras hacia María por parte de sus padres en duelo, que la llevaron a la alternativa de vivir en identificaciones alienantes, o de caer en el vacío del no reconocimiento. En este sentido, el desarrollo de este análisis (algunos de cuyos aspectos están desplegados en esta presentación), nos permite reflexionar acerca del modo en que en algunos casos, estos vacíos de investiduras conducen a la creación de un espacio no semantizable, creando lagunas de sentido a través de las cuales se infiltra lo transgeneracional. 

III. EROS O TANATOS. RUPTURA O CONTINUIDAD DE LA TRANSMISION 
Es indudable que formamos parte de una cadena generacional de la que somos tributarios y portadores. Esto tiene sus consecuencias e implica una gran responsabilidad. Desde esa perspectiva, las ofertas y referentes identificatorios provenientes de las generaciones anteriores son factores que contribuyen a la constitución del psiquismo. Ancestro y descendencia contenidos en el vínculo de tres generaciones, son los polos que marcan la posibilidad de continuidad de la transmisión generacional o la ruptura de la misma. Sólo a condición de algún tipo de transformación es posible apropiarse de aquello que nos es transmitido. 

Las formas de transmisión que conducen a una mayor simbolización y complejización, son las ligadas a lo erótico y libidinal. En tanto que, cuando este trabajo psíquico se realiza bajo formas asociadas a lo tanático, la posibilidad de simbolizar se encuentra dañada en sus fundamentos. Esto indefectiblemente produce un quiebre en la transmisión. 

Se plantean, entonces, interrogantes en cuanto a qué es lo que se transmite y cuáles son los ejes fundamentales que se constituyen en sus intermediarios. Al respecto, hay diferencias entre los autores que se han ocupado del tema. Entre ellos, algunos ponen el énfasis en la “transmisión de lo no significado” o de “lo no simbolizado,(9) mientras otros, como S. Tisserón y C. Nachin, retomando las ideas de Abraham y Torok, se refieren a la “transmisión del símbolo fragmentado”.(10) 

S. Tisserón, por otra parte, opina que son ciertas imágenes mentales las portadoras de la transmisión, y que estas imágenes se construyen tanto a partir de la propia vida libidinal, como de las indicaciones y rastros de experiencias dolorosas de los ascendientes, no elaboradas y/o de algún tipo de registro de indicios sobre secretos familiares no develados.(11) 

En cuanto al caso clínico que nos ocupa, traté de mostrar como se articulan ciertas conjeturas clínicas, con algunas consideraciones teóricas. Vimos en la paciente, la presencia de un eje identificatorio, que no se corresponde solo con procesos de introyección, identificaciones proyectivas o introyectivas, ni con identificaciones edípicas atravesadas por la prohibición de matar y del incesto, sino con identificaciones que algunos autores conceptualizan como “identificaciones inconscientes alienantes” y que otros designan como “inclusiones en el yo” o “identificaciones endocrípticas”, en las que la fantasía es de incorporación. Supongo, en la paciente, la presión desde su psiquismo, por sostener un modelo de abordaje de los duelos propios y ancestrales, así como de la estructura del secreto, que me llevó a pensar en una modalidad particular de la transmisión entre generaciones. 

Notas:
(1) Haydée Faimberg: A la escucha del telescopaje de las generaciones. Pertinencia del concepto. 1993. En Transmisión de la vida psíquica entre generaciones, René Kaës y colab. 297.
(2) Claude Nachin, “Del símbolo psicoanalítico en la neurosis, la cripta y el fantasma”. En El psiquismo ante la prueba de las generaciones. 1995. Amorrortu editores. 
(3) La transmisión del secreto está asociada a lo que un conjunto de autores, comenzando por Abraham y Torok, han denominado: “la tópica de la cripta y el fantasma”. En la transmisión del secreto, no son los muertos los que vienen a obsesionar, sino las lagunas dejadas en los descendientes por el secreto de los otros. Abraham y Torok, afirman que la única realidad con status metapsicológico es la realidad denegada, escamoteada; es decir, el secreto: “Es en este sentido y sólo en este sentido que la realidad puede pretender el título de concepto metapsicológico”. El concepto metapsicológico de realidad plantea el problema del espacio que contiene el secreto en el aparato psíquico: es decir, del lugar en donde el secreto se esconde. Para estos autores, la cripta que guarda el secreto tiene un lugar bien definido en la tópica. Este no es “ni el inconsciente dinámico, ni el Yo de la introyección. Se trataría de un enclave entre los dos, una forma de inconsciente artificial, alojado en el seno mismo del Yo. Su existencia tiene como finalidad obturar los polos semipermeables del inconsciente dinámico. Nada debe filtrarse al exterior”. Llaman represión conservadora a la represión propia de la cripta para distinguirla de la represión constitutiva propia del inconsciente dinámico. La diferencia esencial entre ambas consiste en que en la histeria el deseo prohibido encuentra su camino a través de la realización simbólica mientras que, en el cristóforo, el deseo ya ha sido realizado sin retorno. Este hecho permanece en el sujeto como un bloque de realidad perceptible en las desmentidas y denegaciones. Abraham, N. y Torok, M.; L’écorce et le noyau, De. Flammarion, Paris, 1987.
(4) C. Nachin (op. cit.). 
(5) S. Tisseron. Las imágenes psíquicas entre generaciones. (El subrayado es nuestro). 1995. En El psiquismo ante la prueba de las generaciones. Amorrortu editores.
(6) Claude Nachin (op. cit.).
(7) F. Cesio, El letargo. Contribución al estudio de la reacción terapéutica negativa. Rev. Psa, Bs. As. t. XVI, N° 1, 1960.
(8) Haydée Faimberg, op. cit. (el destacado es mío).
(9) R. Kaës describe este fenómeno como... “no transmisión o transmisión de lo inerte, del objeto muerto, de los enquistamientos y de las fosilizaciones psíquicas” ...como “una urgencia de transmisión pero a condición de que no haya transformación”. En Transmisión de la vida psíquica entre generaciones. R. Kaës. Introducción. El sujeto de la herencia. 
(10) En su forma natural, el símbolo psicoanalítico contiene en forma integrada, el aspecto representativo (percepción huellas, imágenes), el afectivo, el motor y el verbal. Pero cuando el símbolo está fragmentado, es porque existen fallas en su producción y su contenido se transmite sólo mediante alguno de estos aspectos, cancelando otros, o a través de incongruencias en su forma de expresión. Es a través del discurso, de la vocalidad, de la mimogestualidad, en donde hallaremos, según estos autores, la expresión de dichos símbolos fracturados (S. Tisserón y C. Nachin, Op. cit.). 
(11) S. Tisserón. Op. cit. (El destacado es mío).

Fuente: Alicia Werba I. "Transmisión entre generaciones. Los secretos y los duelos ancestrales." 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario