La hiperhidrosis es el nombre médico con el que se designa al exceso de sudoración, que se puede dar en diversas partes del cuerpo. Esta condición, si bien no trae problemas a la salud, afecta a las relaciones sociales y es fuente malestar y sufrimiento.
El tema de la hiperhidrosis llegó a mí por primera vez hace años, fuera del consultorio pero dentro de la zona de investidura que tenemos los psicólogos, que a veces es prestigiosa. Estaba yo en cierto evento empresarial y un señor al que acababa de conocer, llamémoslo Pablo, me llamó para hablar en privado, a lo cual accedí.
Apartados y no sin cierta vergüenza, Pablo me contó que padecía hiperhidrosis axilar, cosa que sin saber nada al respecto puede vagamente adivinar: "hiper"=mucho e "hidrosis"=agua e inflamación. La franca mancha de sudor que tenía en la zona de las axilas de su camisa confirmó mi sospecha etimológica.
Pablo me cuenta el infierno diario que padecen los pacientes con hiperhidrosis, muchas veces incomprendidos por amigos y hasta los mismos psicólogos, con el clásico "No es para tanto". No importa si hace calor o frío, las personas con hiperhidrosis están condenadas a usar colores neutros para que no se les note su transpiración. Pablo relata dolorosas y caras inyecciones de botox en la zona axilar, cuyo efecto solo duraba 3 meses y otras medidas desesperadas, como la vez que, enojado, se echó un insecticida en la zona, lo que le provocó una dolorosa irritación. Lo que a Pablo le molesta de todo el asunto es que en el trabajo lo vean inseguro. "Transpiro como testigo falso", bromea. Por lo demás, Pablo cuenta que le empezó a suceder desde la adolescencia, que solo le ocurre en eventos sociales (no en su casa, ni con gente cercana).
El sudor de Pablo forma una mancha que atrae las miradas y el psicoanalista podría preguntarse si eso no comporta un beneficio inconsciente, pensado desde el mismo efecto de enrojecimiento de la vergüenza, que surge a partir de que se revela algo del ser, que pretendía permanecer oculto. Fisiológicamente, es la misma cadena de ganglios (parasimpáticos) la que genera el rubor de la vergüenza y la transpiración axilar. Lamentablemente, en ese momento la pregunta de qué podría ser aquello que se revelaba, quedó en el aire, pues Pablo no buscaba un tratamiento psicológico. ¿Qué buscaba entonces?
Yo te quería preguntar era si tenías alguna meditación, o algo... -me dice- Yo a esto quiero solucionarlo ya y no creo en la psicología.
Le respondo que de meditación no sé nada, pero que tengo una solución para él, que no desespere. Que con tanto nudo borromeo, con tanta cuerda y enlaces, quizá yo pueda hacer algo. Que venga a mi casa el lunes con unas pantimedias del color de su piel y con esas toallas de papel para secarse las manos, de esas que se encuentran en los baños.
La prótesis:
En la hora convenida de un lunes, antes de entrar a su trabajo, Pablo se presenta con los materiales. Tomo las toallas de papel, las estiro; apilo cinco de ellas, las doblo para furmar un rectángulo que vuelvo a doblar y las recorto dándoles una forma circular. Hago lo mismo, para tener 2 iguales.
Pilas de toallas dobladas por la mitad |
Acto seguido, tomo las pantimedias y recorto 3 círculos, cuidando que sean suficientemente delgados. Formo una hilera y los enlazo con el nudo "ligada de vaquero" o "presilla de alondra"... ¡Tomen eso, lacanianos!:
Le pido a Pablo que se saque la camisa, que meta un brazo por cada extremo de los anillos de los extremos. Paso el anillo del medio por atrás de su cuello, que ahora sujeta a los otros 2 con firmeza:
Coloco las toallas de papel recortadas, cogándolas por la mitad, con la cara curva hacia adelante: de esta manera, falta la parte que debería adivinarse a través de su camisa. Tampcoo se ven las cuerdas, pues son de su mismo color de piel y son demasiado delgadas para que se perciban.
Ahora, Pablo puede estar tranquilo que en caso de transpirar demasiado, simplemente tiene que cambiar se las pilas de toallas desechables por otra pila nueva.
Pero esto no soluciona mi hiperhidrosis - dice Pablo.
Vos dijiste que tu problema era que no querías que te vieran inseguro. Es todo lo que puedo hacer por alguien que no cree en la psicología - le respondo, mientras le abro la puerta, pues me tengo que ir a trabajar con los creyentes de la psicología.
Pablo me llama, días después, diciente que mi invento le ayudó muchísimo, pero que le gustaría hacer terapia para no tener que usar la prótesis nunca más.
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