lunes, 26 de agosto de 2019

Trastorno bipolar: la manía y la pulsión

Hoy trataremos el trastorno bipolar, que puede pensarse como una interrogación por la manía y lo pulsional.

En la antigüedad, manía y melancolía eran consideradas perturbaciones del ánimo o del humor. Con la llegada de la psiquiatría, pasaron a ser conocidas como trastorno afectivo bipolar. Desde el psicoanálisis, la podemos ubicar dentro del campo de las psicosis.

En esta oportunidad, tomaremos la manía, donde el delirio mismo es esa excitación permanente, esa excitación hasta el agotamiento, donde se juega ese ser excepcional, como resultado del rechazo del inconsciente. Veremos algunas características de esta psicosis y luego veremos cómo se presentan en un fragmento clínico.

La forclusión del nombre-del-padre comporta una serie de consecuencias para la constitución subjetiva. Se produce forclusión y no behahung de ese significante fundamental, ordenador de la cadena significante. Lacan nos dice que ese significante forcluído queda en las tinieblas de lo real, con sus efectos.  El significante del nombre del padre es la manera que Lacan ubica un elemento fundamental a la estructura. ¿A qué estructura? A la estructura del significante. Este elemento fundamental implica la ley en el gran Otro, o sea la ley en la estructura.

La formación del concepto de nombre del padre va de la mano del concepto de forclusión, que queda formulado en el Seminario 3 sobre las psicosis, en los años 1955 y 56. En Acerca de una cuestión preliminar para todo tratamiento posible de las psicosis (1956), Lacan escribe la metáfora paterna y los conceptos de nombre del padre y forclusión. Ubica la función del padre simbólico, luego habla de los padres imaginarios y mas adelante, en el seminario Ancore, del padre real.


La conceptualización de Lacan fue avanzando hacia Los Nombres del Padre, para contibuar en la teoría de los nudos y el sinthome.

¿Cuál es la particularidad de la manía? ¿Por qué siguen presentándose estas preguntas, aún teniendo experiencia clínica? Porque la cuestión diagnóstica no es fácil. Son pacientes que no muestran deterioro, como en otras psicosis. Por lo general, sostienen su vida, aunque obviamente con muchas dificultades, con un "como si", con momentos de una hilación imparable. La presentación delirante es la misma manía, no poder parar, hasta llegar a no dormir porque no pueden frenar. Por ejemplo, no poder parar de leer, pero sin concentración.

¿De qué se trata esa excitación, ese impulso a la actividad, donde el sueño está profundamente alterado? La excitación es endógena, al decir de una paciente, puede ser por ejemplo el impulso a comprar cualquier objeto. No importa la cantidad, se puede pasar de uno a otro en un movimiento pulsional desamarrado. No piensa, actúa. En el seminario de la angustia, Lacan nos dice, tomando el texto freudiano Inhibición, síntoma y angustia, que la inhibición está en la dimensión del movimiento, en el sentido amplio del término. Si se trata entonces de actuar, no pensar, no posponer la acción, nos surge la pregunta: ¿No estará fallida la inhibición?

¿Qué decimos cuando hablamos de inhibición/desinhibición? Freud, desde el primer momento de su tratabjo, se interrogó sobre los procesos psíquicos. Ya en la carta 46, del 30/05/1896, que Freud le envió a Fliess, nos habla sobre la diferencia entre los procesos psíquicos no inhibidos y los inhibidos por el pensamiento. En la inhibición de los procesos psíquicos primarios, hay inhibición de la pulsión y esto es efecto del pensamiento. Hay, entoncs, una correspondencia entre inhibición, pensamiento y proceso secundario.

La inhibición es tomada como defensa primaria frente a la cantidad de excitación previa a la represión. Una variedad de perturbación psíquica se genera cuando el poder de estos procesos desinhibidos crece. Freud ahí habla de psicosis. Más tarde, en la carta 52, del 06/12/1896, nos dice que la transcripción de un sistema a otro tiene un efecto inhibitorio, una reescritura. Cada reescritura posterior inhibe a la anterior y desvía de ella el proceso excitatorio, entendida como defensa primaria no patológica. Es una inhibición de la descarga pulsional. La defensa patológica o la represión va a funcionar cuando esta defensa normal no pueda instaurarse, siempre y cuando la estructura cuente con ella.

Del texto Proyecto de una psicología para neurólogos (1895), dice que si existiera un yo -lo podemos leer con Lacan como un je, sujeto del inconsciente- por fuerza inhibiría a los procesos psíquicos primarios y esta inhibición sería la base del desarrollo del pensamiento y del juicio.

Entonces, ¿la inhibición es la detención del movimiento? ¿Del movimiento pulsional? En el caso de la manía, donde prevalece la acción -no pienso, actúo-, podemos pensar que se trata de una falla de la inhibición de la pulsión. Lo abordaríamos desde las fallas en los procesos desinhibitorios. Algo viene a interferir, no a la función del yo como las inhibiciones que conocemos, sino al sujeto mismo por efecto de la forclusión del nombre del padre. O sea, por la falla de la constitución del simbólico. La entrada del nombre-del-padre en el simbólico acota la pulsión, permite que se posponga la satisfacción y produce pensamiento. Es un regulador.

Lacan, en el seminario de la angustia, plantea que la no-función de a como resto, como caída, es lo que está en juego en la manía. En ella, el sujeto no tiene lastre de ningún a, lo cual lo entrega, sin posibilidad alguna, de poder liberarse de una metonimia infinita y lúdica de la cadena significante. Es un objeto, otro, otro, otro...

Veamos ahora cómo se puede presentar la manía en la clínica.

Una paciente dice que fue a comprar una blusa de color claro y volvió con 10 diferentes. Ninguna clara. Nunca las usó, su placard desborda de ropa. carece de registro, hasta que el límite de la tarjeta de crédito la ubicó en la desesperación de no tener con qué pagar. Hasta un cierto punto, porque el sin límites se empieza a jugar, a partir de ahí, en un no poder dormir, no tener ganas de comer ni de salir de su casa. No capta lo que pasó, oscila de un polo a otro.  ¿Qué desencadenó el acelere? La aparición en su casa de un pintor, enviada al consorcio para hacer un arreglo.

Este otro fragmento es de hace muchos años, cuya historia de niña estuvo marcada por el abuso y el suicidio de un familiar cercano. Durante un tramo de la cura, le dice al analista que estaba acelerada en lo laboral, que quería comprarse una bicicleta a su pareja, en medio de corridas, que no duerme pensando en cómo hacer para comprarla. La intervención del analista va en línea de la suspensión y la espera. La paciente dice "Si paro con esta idea, aparece otra. No es la bicicleta, puede ser la comida, el trabajo, un viaje y así". La analista señala que tiene razón, que el acelere mismo es un abuso, se crea con cualquier objeto. La paciente responde a esto con un cuento que escuchó en el trabajo: había un chico llamado René; la maestra lo llamó por su nombre y él no respondió porque nadie lo nombró. Dice "me vi en tercera persona, identificada, como si viera a esa niña, sintiéndose valorada en la escuela, excepcional. Yo era la mejor alumna". La analista cloca una pregunta: ¿una niña no fue nombrada? La paciente responde "No era nombrada, ni comprendida, ni mirada".

En la manía, es el objeto en lo simbólico lo que no funciona, ya que al no estar el nombre del padre en lo simbolico, no se dan las operaciones que dan lugar al objeto como caído, como causa. Se produce una metonimia de un objeto a otro, en el registro de lo real. Por eso, la manía es el delirio mismo. Ser la mejor alumna, para esta paciente, no es con el brillo fálico de ese lugar, sino ser la mejor alumna para que la maestra le dé un lugar. Son intentos de lograr un lugar en el gran Otro. La manía nos permite ubicar, entonces, en su presentación sin límite, sin registro del cansancio, fuga de ideas u otra formas de aparición, las consecuencias de que el nombre del padre no esté en lo simbólico. En principio, como inhibidor de la pulsión.

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