Empecé mi práctica trabajando junto a un grupo de psicólogas, con muchísima más experiencia que yo. Tarde me daría cuenta que los pacientes que me derivaban eran esos que, con un consultorio decentemente lleno, muchos prefieren no atender. Y es que la experiencia muchas veces va en detrimento del ímpetu de los primeros años. Pero allí estaba yo, con mi título a estrenar. Y recibo mi segunda derivación: un paciente melancólico. Trastorno bipolar, diríamos, con los diagnósticos de hoy.
Vengo porque me quiero suicidar —me dice, con tono apesumbrado— Veo una ventana y no puedo pensar en otra cosa que en tirarme.
Segundo paciente, reitero. "Caso L #0002", no me olvido más. Creo que nunca en mi vida alguien me hizo leer tantos libros ni investigar tanto sobre un tema. Cuando uno está en la facultad, la preocupación es aprobar el examen y uno siente que se le va la vida en eso. ¡Qué estupidez! Ahora me encontraba histéricamente pasando las páginas de libros, apuntes y artículos a contrarreloj. Y no para aprobar ningún examen, sino para ver qué hacía con el caso del señor, la sombra del objeto en su yo y la dichosa ventana.
¿Cómo lo resolví? Como siempre: leyendo, supervisando y en el análisis propio. Nada nuevo bajo el sol. Es allí donde uno saca intervenciones como preguntarle al paciente, en la cara y sin pelos en la lengua, por qué aún no se suicidó. De esta forma, uno descubre qué fue lo que lo compensó. O preguntarle qué piensa qué pasaría con su familia si él muriera, para poner en juego una separación con el Otro, al menos en el registro imaginario.
El caso L. me enseñó acerca del suicidio en la melancolía, que me parece de los fenómenos clínicos más extremos y delicados que encontramos los profesionales de la salud mental, como en todo caso donde falla la palabra. El neurótico también se suicida, pensemos la carta que Dora le deja al padre anunciándole su suicidio. Los recursos de la neurosis, no obstante, permiten otros movimientos, como el hecho de Dora que escribe una carta. En neuróticos, he visto funcionar muy bien intervenciones al estilo "¿Usted quiere morirse o vivir de otra manera?", que encausan al análisis nuevamente en la ruta, antes de que decarrilen hacia la banquina.
Años después del caso L. #0002, recibí a un hombre de 28 años en un centro de salud mental donde trabajaba. Caso J. #0035, llamémoslo Juan. Juan es traído por su novia y en la admisión cuenta que había intentado suicidarse con un cuchillo de cocina en su casa, ante una acalorada discusión con ella, con quien manifestó una relación de contínuas discusiones y engaños. Concretamente, él se hizo 2 pequeños cortes en la muñeca y ella, que estaba ahí, se asustó y se fue corriendo de la casa. Él dejó el utencillo y fue tras ella, a su búsqueda. Acting out, donde uno podría poner a trabajar de qué corte en realidad se trata.
Las primeras sesiones ocurren con el mismo nivel de actuación que en la admisión y su previa.
Quiero suicidarme porque ya no tengo más nada que perder— me cuenta. —No lo hice aún porque si me sale mal puedo terminar con una malformación o un problema permanente.
Bueno, entonces sí hay algo que perder —le comento.
Creo que debería usar un método rápido, para que no me cause angustia y tener menos posibilidad de arrepentirme... —continúa. —Algo que sea instantáneo.
Otra sesión, cargada de dramatismo:
Estuve pensando toda la semana en suicidarme, pero no lo hice porque me pregunté ¿Cómo hacerlo de manera indolora? —pregunta, pero sin esperar una respuesta. —Yo no merezco sufrir más de lo que ya sufrí. Aparte mi novia está todo el tiempo pendiente de lo que hago. No me gustaría que ella me rescatara y que después me tengan que vigilar de cerca, que no me dejen ir. Tendría que buscar un método eficaz, indoloro y discreto. Porque si uno tiene una vida de mierda y no logra matarse, peor se vuelve si tengo que estar internado en un hospital.
En otra sesión, habla del suicidio y los otros:
Yo no entiendo a la gente que se suicida y se tira por el balcón dejando todo para que los demás tengan que limpiar tus vísceras salpicadas. —me comenta— Encima no piensan en la seguridad ajena, pueden caerse encima del otro. Dañar a otros ya es terrorismo...
...Disculpame que te interrumpa, pero encontré el método de suicidio ideal para vos —le comento— Fijate, lo bueno es que se trata de un método rápido, seguro, efectivo, indoloro, discreto, limpio y seguro. ¿Tendrías la amabilidad de leérmelo, que no traje los anteojos? (mentira, veo perfectamente)
Le paso un papel con este poema (1).
Suicidio (Alfonso Reyes)
Hay muchos modos de suicidarse. El que yo propongo es el siguiente: suicídese usted mediante el único método del suicidio filosófico.
—¿Y es?
—¿Y es?
—Esperando que le llegue la muerte. Desinterésese un instante, olvídese de su persona, dese por muerto, considérense como cosa transitoria llamada necesariamente a extinguirse. En cuanto logre usted posesionarse de este estado de ánimo, todas las cosas que le afectan pasarán a la categoría de ilusiones intrascendentes, y usted deseará continuar sus experiencias de la vida por una mera curiosidad intelectual, seguro como está de que la liberación lo espera. Entonces, con gran sorpresa suya, comenzará usted a sentir que la vida le divierte en sí misma, fuera de usted y de sus intereses y sus exigencias personales. Y como habrá usted hecho en su interior, tabla rasa, cuando le acontezca le parecerá ganancia y un bien con el que usted ya no contaba. Al cabo de unos cuantos días, el mundo le sonreirá de tal suerte que ya no deseará usted morir, y entonces su problema será el contrario.
(1) Poema facilitado por mi docente Daniel Zimmerman.
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