La locución francesa que refiere a este efecto en el sujeto es la palabra “ravage”. La cual alude no solo a la devastación y a la destrucción, sino también de un modo muy interesante al par, que consiste tanto en hacerse amar como hacer sufrir.
No pocas veces en el planteo de Lacan el estrago materno está asociado a la suposición de una cierta deficiencia en cuanto a la mediación de la ley paterna, del significante del nombre del padre en relación con el deseo de la madre. Pero pareciera que hay un sesgo de alguna manera un tanto más estructural o sincrónico del estrago materno.
El deseo de la madre como el significante que opera esa subjetivación primordial conlleva la introducción de un deseo, al que se califica de caprichoso. Caprichoso aquí no significa desde luego que no tenga ninguna atadura con la ley, cuestión que queda demostrada por la introducción del falo como respuesta. Esa tríada entre el niño, la madre y el falo ya implica el funcionamiento de la ley, aun cuando el niño sólo capte el resultado. Y esta es la clave del asunto.
El falo aquí, en la subjetivación primordial, es definido como el significado imaginario de las idas y vueltas de la madre. Y el capricho es entonces la connotación de que es el deseo mismo de la madre lo que dicta la ley, con las dificultades en cuanto a las posibilidades del niño de dialectizar esa posición, para no quedar a merced de dicho capricho. La ley entonces ya opera, pero en el Otro, y el niño, con su cuerpo, asume la posición de falo para responder a dicho deseo.
La posibilidad del desasimiento es la introducción del significante del nombre del padre que incide doblemente: sobre el deseo de la madre y sobre la posición misma del niño para que éste no quede “al servicio sexual de la madre”, uno de los nombres del estrago.
El estrago materno
Hay una coincidencia en los planteos tanto de Freud como de Lacan respecto del valor primario de la operación de la madre. La madre es, para cualquier niño con independencia de la diferencia sexual, ese Otro primordial, esencial, el cual constituye el primer esbozo de la cadena significante a partir de los vaivenes de su presencia-ausencia.
A partir de esa alternancia es quien introduce la posibilidad de esa pregunta, fundamental, respecto del más allá del niño, la que habilita una interrogación respecto del deseo; y que será la puerta de entrada a una identificación que, en el niño, es constituyente de su posición.
Me refiero a ese primer emplazamiento del sujeto, soportado en su identificación al falo imaginario como respuesta a la pregunta por el deseo. Esta identificación lo sitúa en una escena que es, a su vez, y fundamentalmente, una relación de deseo.
Pero también, si de relación de deseo se trata, es necesario decir que este Otro habilita la posibilidad de un deseo a partir de la modalidad de funcionamiento de la demanda. Es, entonces, también, el primer Otro del amor.
A partir de ese vaivén que introduce hace jugar ese signo del amor, que es el indicador de su presencia más allá de poder o no procurar el objeto de satisfacción, el cual por lo demás, es inaccesible, entendido en términos de una satisfacción total. Pero Lacan señala, más allá de esto, que la incidencia del Otro materno deja en el niño un estrago.
Este estrago, incidencia corporal de la relación con la madre, es la consecuencia de ese algo sin medida que juega en ese lazo, más allá de la operatoria de la medida fálica. Pero también, y correlativamente, de ese primer modo de la ley, caprichosa, que no se sostiene de algo más allá.
El estrago entonces se puede pensar como restando de las vueltas de la demanda. Es consustancial a la posición del niño como objeto a, para la madre, de allí entonces que deba ser considerado como un efecto estructural de la relación madre-niño.
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