La madre y su hijo
En el primer planteo que Lacan lleva a cabo sobre la relación del niño con el deseo de la madre resalta que no es la relación del niño con la madre, sino con su deseo.
Una de las primeras cuestiones que señala respecto de esa escena es que la inclusión del niño allí es en función de su posición de falo, o sea que depende de quedar investido o engalanado con esas vestiduras que le dan brillo.
Esto habilita la posibilidad de una dialéctica donde el Otro, el cual se define como sede del significante, aloja el deseo de la madre como significante. Por su ir y venir, su presencia-ausencia, el deseo de la madre abre una brecha donde el niño es posible de ser demandado y, a partir de ello, significado.
En un primer momento lógico el niño es tomado como significante, N = niño deseado, tal el planteo del esquema Rho. No es aún el sujeto, sino una anterioridad lógica: como significante el niño ocupa el lugar que prefigura la función del I(A).
Allí se entrama lo imaginario, en consonancia con ese significado al sujeto donde se escribe esa tríada imaginaria donde la relación de la madre con el niño queda mediada por el falo.
En la medida en que el niño recibe ese significado desde el Otro (formulado en la metáfora paterna) se pone en funcionamiento el falo como significado imaginario de sus idas y vueltas.
Esta dialéctica, primordial o primaria, establece el campo donde, operación de la ley mediante (la metáfora paterna leída desde el resultado, su lado derecho), se pondrán en funcionamiento tanto la significación fálica, atributo con el cual el sujeto podrá asumir una posición sexuada; y el falo significante como objeto de la privación del Otro.
La relación madre-hija
Anteriormente planteábamos una serie de ideas y lecturas sobre la dialéctica que se establece entre el niño y el deseo de la madre. Es de especial importancia que esa dialéctica se juega con independencia de la diferencia sexual, la que en ese primer momento todavía no cuenta.
Más allá de esto, a la altura del seminario 5, Lacan puede plasmar una diferencia en cuanto al modo de atravesar el entramado edípico en el niño y en la niña. Pero fundamentalmente la distancia cuenta en la operación de la castración.
Dice Lacan que, en la niña, en ese tránsito, algo queda abierto. Hay una paradoja. La paradoja concierne a la posición fálica y allí Lacan introduce una palabra que es el eje de la paradoja: la decepción.
Esta decepción desencadena en la niña la entrada al campo edípico propiamente dicho en la medida del fracaso de esa relación con la madre como Otro primordial.
Se produce (demuestra) entonces un obstáculo que es inherente a ese cambio de objeto por el cual la niña se dirige de la madre al padre. Transferencia que queda soportada en un término no menos complejo: la esperanza.
Se trata de una esperanza, respecto de un acceso que no se produce. No casualmente es una situación equivalente a la que Freud refiere respecto del asesinato primordial y el acceso al goce.
Un punto final donde se aúna la paradoja con el obstáculo: ¿en qué medida la salida atributiva fálica del Edipo de la niña habilita u obstaculiza el camino a lo femenino? Este interrogante llevará a Lacan a tener que reformular no sólo la lógica de la sexuación, sino también el estatuto del padre.
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