El Inconsciente se origina en la Invalidez Infantil, un estado en el que el infante, por la falta de una palabra propia, tiene pocas oportunidades de generar pensamientos que puedan ser recordados conscientemente en el futuro. Sin embargo, todo lo que se inscribe en este período contribuye a la constitución del Inconsciente.
La Ternura Parental, según Fernando Ulloa, implica un acto de renuncia al apoderamiento del infante, reconociendo al niño como un sujeto único y diferente. Este acto se convierte en una instancia ética, y a través de la mediación de la ternura, se generan en el niño sentimientos de confianza y rechazo hacia lo que le perjudica.
El fracaso de la ternura parental puede darse tanto por exceso como por carencia. En el caso de un exceso, las figuras parentales se apoderan del sujeto infantil para satisfacer sus propias necesidades, lo que compromete la autonomía del niño y puede llevar a relaciones simbióticas que bordean la psicosis. En el caso de una carencia, el niño se enfrenta a un duelo difícil por la pérdida de algo que nunca ha tenido, lo que puede llevar a la creación de vínculos sustitutivos de carácter adictivo, como ocurre en las adicciones.
Cuando la ternura parental falla por exceso, el sujeto infantil queda atrapado en relaciones simbióticas que comprometen su autonomía. Si la ternura parental falla por carencia, el sujeto infantil tiende a organizar relaciones adictivas, en las que se cambia de objeto pero no de estilo relacional, como ocurre con un alcohólico que cambia de bebida pero no deja de beber.
La Ternura Parental es un pilar fundamental en la fundación de la Condición Humana, actuando en el tiempo de la invalidez infantil. Es el don necesario para sobrevivir, proporcionando el reconocimiento de que el infante es un otro único y diferente, hasta que alcance su autonomía futura.
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