En la novena clase del seminario 11, Lacan afirma: “La mirada es el objeto a en el campo de lo visible”.
Esta afirmación sugiere la simbolización de una falta, específicamente la falta del deseo. En este proceso, el menos phi, o el falo imaginario negativizado, cumple un rol central y tiene un valor instrumental en la estructura simbólica.
A partir de aquí y a lo largo del seminario (aunque también hay antecedentes en “La angustia”), Lacan explora los distintos enlaces que se forman entre el menos phi y el objeto a.
La frase inicial, al contraponer la mirada y lo visible, delimita dos campos distintos. Surge aquí una paradoja interesante: Lacan afirma que la mirada está fuera del campo escópico, pero el campo escópico no coincide con el campo de lo visible. Entonces, ¿qué implica esta exterioridad?
En lo escópico, el sujeto se convierte en objeto de la mirada, lo que justifica su definición y su función como “mancha”. Así, el sujeto es una “mancha” en tanto actúa como un atrapa-miradas, cumpliendo precisamente esta función.
A partir de esto, se vuelve esencial considerar un espacio topológico definido por el corte que traza un borde. Ese borde se constituye como una escritura, una escritura de fractura.
Hablar de fractura o fisura introduce algo más que la división simbólica del sujeto: implica un desajuste o ruptura en el propio sujeto, una divergencia. Esta ruptura se manifiesta en la repetición como Tyche, que hace evidente el desajuste en la praxis.
Inicialmente, el sujeto queda dividido por el efecto del significante; pero en una etapa posterior, emerge la dimensión real de esa división. Uno de los modos en que esta discrepancia se manifiesta podría ser la distancia entre el lugar donde el sujeto es observado y el punto donde se ofrece a ser visto, o la falta de correspondencia entre la angustia y el punto de angustia.
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