sábado, 5 de abril de 2025

El Nombre del Padre: función, metáfora y nominación

Aquí planteaba una pregunta clave sobre la operación del Nombre del Padre: ¿por qué Lacan la formaliza como una metáfora? Para responder, situaba el campo que se abre en la relación con el Otro primordial, donde entra en juego el sesgo metonímico del falo por antonomasia: el significado que el niño otorga a las idas y vueltas de la madre.

El problema radica en que el niño no puede dialectizar el lugar en el que queda atrapado dentro de esta dinámica. Es aquí donde se vuelve indispensable la operación paterna. Por eso, en Subversión del sujeto…, Lacan menciona el "pisoteo de elefante" del capricho del Otro y la necesidad de su refrenamiento por la ley. Este es el fundamento de la función interdictiva del Nombre del Padre, que cumple un papel normativizante.

Un punto central a aclarar es cómo se concibe al Padre en psicoanálisis, especialmente frente a ciertos cuestionamientos contemporáneos que acusan a Freud y Lacan de patriarcales. Estas críticas suelen partir de una lectura equivocada o intencionadamente distorsionada.

En primer lugar, el Padre en psicoanálisis no es el procreador, ni tampoco una figura exclusivamente masculina. De hecho, su operatoria puede ser ejercida por cualquier persona, incluso por la madre, ya que se trata de una función significante y no de un atributo biológico o socialmente asignado.

Pero, ¿por qué Lacan insiste en que el Padre es, ante todo, un nombre? Desde sus primeros desarrollos, y a lo largo de sus diferentes reformulaciones, sostiene que la nominación es una operación fundante. La importancia del Nombre del Padre radica en su capacidad de inscribir algo en lo simbólico, tanto por lo que simboliza como por lo que bordea.

En este sentido, el Padre como nombre no es solo una referencia a la prohibición del incesto, sino también el punto de partida de un proceso estructurante. Más adelante, Lacan lo reformulará como un "inicio", aquel que posibilita el paso del niño al sujeto dividido, marcando el ingreso en la dimensión propiamente simbólica del deseo.

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