El concepto de semblante, en tanto solidario de una escritura modal, constituye una reformulación del registro imaginario. Esta relectura no debe subestimarse, ya que su función es crucial en la posición deseante del sujeto. La introducción del semblante y su posterior articulación con la consistencia están orientadas a resaltar la importancia estructural de lo imaginario.
Siguiendo la nota de traducción de Diana Rabinovich en el Seminario 20, el Diccionario de Autoridades (1726-1739) define el semblante como “la representación exterior en el rostro de algún afecto interior del ánimo” y como “la apariencia y representación del estado de las cosas, sobre el cual formamos el concepto de ellas”. Esta definición muestra un recorrido que va desde lo especular hasta la posibilidad de representación, y desde allí hacia aquello que funciona como velo o pantalla.
En este sentido, el semblante no solo pone en juego la relación entre lo imaginario, lo simbólico y lo real, sino que también establece una superficie de inscripción que delimita el campoo de lo representable (que no debe confundirse con la representación en sí misma). Este campo es esencial para la constitución de la pantalla que vela lo real, al mismo tiempo que permite su tramitación.
Bajo esta perspectiva, se comprende el papel fundamental de las vestiduras fálicas en la estructuración del deseo. Estas funcionan como mediaciones que permiten al sujeto ocupar el lugar de aquello que causa el deseo del Otro, consolidando así su posición en la economía del deseo.
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