En un primer momento, Lacan aborda el inconsciente desde su estructura lenguajera, es decir, como una red simbólica articulada que remite al aforismo central: “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”. Esta concepción permite pensar al inconsciente como lugar donde operan las leyes del significante, de la metáfora y de la metonimia.
En una segunda etapa, su lectura se desplaza: el inconsciente es pensado desde la lógica del discurso, ya no solo como estructura, sino como posición dentro de una historia. El discurso implica la presencia del Otro, y con él, la medida fálica, la sexuación, el goce y los lazos sociales. El inconsciente aparece así como efecto de discurso, sostenido por el campo del Otro.
Sin embargo, Lacan introduce luego una torsión conceptual: un regreso crítico a su punto de partida, para releer el inconsciente desde el lugar de la letra y la escritura, más allá del discurso. Surge entonces una pregunta clave: ¿qué vela el inconsciente como discurso del Otro? La respuesta es que, en tanto discurso, enmascara lo que del inconsciente ex-siste como imposible: su dimensión de letra, de cifra, de resto inasimilable.
Desde esta perspectiva, el inconsciente acarrea una imposibilidad de escritura que no puede ser contenida por el discurso. Para formalizar esta imposibilidad, Lacan se apoya en un recurso lógico: la teoría de conjuntos. Es allí donde conceptualiza la sexuación como partición disyunta, sin correspondencia biunívoca entre los conjuntos “hombre” y “mujer”. No puede establecerse una función de correspondencia entre ellos, lo cual se formaliza en su célebre enunciado:
“No hay relación sexual.”
Esta imposibilidad no es biológica, sino lógica: el significante no puede saberse ni totalizarse a sí mismo. Por eso, hombre y mujer no son esencias, sino significantes, valores sexuales dentro del discurso. Entre ellos, la proporción fracasa, y en el lugar donde no hay lazo posible, el fantasma y el síntoma operan como suplencias estructurales, anudamientos precarios que permiten a cada quien sostenerse frente a la falta.
Decir que no hay relación sexual significa que el significante es, por estructura, incompleto e inconsistente: no puede cerrarse sobre un universo pleno de sentido. No hay “todo” que lo organice sin resto. Por eso, el inconsciente se define como conjunto abierto, estructuralmente vinculado a lo femenino, en tanto modalidad del no-todo.
En contraste, el discurso del Otro propone ficciones totalizantes, ofreciendo una ilusión de completud que responde más a las demandas de la mundanidad que a la lógica del deseo.
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