El corte, en su valor lógico, opera un deslinde entre la verdad y lo real, o entre lo que puede ser alcanzado por el semblante y aquello que no queda subsumido en él. Para dar cuenta de esta operación, Lacan introduce una dimensión topológica en un problema que, en principio, parecía circunscrito a lo lógico. Esto se debe a que, en la caracterización del discurso, lo que está en juego es el modo en que el goce se distribuye en el cuerpo del sujeto.
La apelación a la topología responde a la aporía con la que Lacan se encuentra: en los asuntos del deseo y del goce resulta imprescindible articular el cuerpo, tanto en su vertiente imaginaria como en aquello que la imagen vela. Es en este punto donde la dimensión topológica adquiere su pertinencia.
En cuanto a la nominación, el corte introducido por la barra —consustancial a la estructura del discurso— implica una torsión. Lacan la caracteriza como efecto de la aparición del discurso analítico, lo que otorga a éste su valor fundante y lo distingue de los otros discursos.
Esto remite al valor inaugural del acontecimiento freudiano, que pone en acto un nuevo modo de relación con la verdad y el goce. Sin embargo, parte del campo analítico lo abordó a partir de categorías euclidianas y kantianas del espacio, lo que redujo la operación a la simple oposición de un derecho y un revés.
En contraste, Lacan en El reverso del psicoanálisis muestra que lo decisivo es precisamente la torsión que el discurso analítico introduce. De allí la pertinencia de la topología: es el único modo de situar la operación propia del discurso analítico, aquella que funda su diferencia.
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