Lacan introduce un movimiento decisivo cuando distingue entre el sujeto como supuesto —solidario de la existencia— y otra dimensión en la cual el cuerpo, como superficie de inscripción del goce, adquiere un lugar central. Es allí donde se le hace posible situar lo real de la división subjetiva, a partir de la concepción de lo real como ex-sistente.
De este modo, el nudo se convierte en el soporte del sujeto: Lacan avanza necesariamente hacia un abordaje nodal porque únicamente mediante la lógica de la escritura topológica se hace posible dar cuenta de lo real enlazado con lo simbólico y lo imaginario. Esta es la ventaja de la escritura nodal frente a las elaboraciones previas: logra inscribir la ex-sistencia.
El punto complejo sobre el que Lacan insiste es que el nudo mismo es real. Como estructura lo es, en tanto su enlace depende de la particularidad de que cada uno de los registros ex-siste a los otros dos. En consonancia, lo real es lo que ex-siste respecto de lo simbólico y de lo imaginario.
De aquí se desprende una disposición:
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Del lado de lo real, queda lo que acomete, lo que mantiene su carácter de irrupción.
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Del lado del vínculo entre lo simbólico y lo imaginario, lo que delimita, aquello que opera como freno.
Así, lo real puede definirse como ex-sistente en la medida en que está limitado: no anulado, sino enlazado de manera tal que su irrupción se modula. El nudo permite entonces demostrar lo real no solo como lo imposible de simbolizar, sino como aquello que persiste enlazado a los otros dos registros, resistiendo y a la vez sostenido por ellos.
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