El recorte y el engalanamiento enmarcan un campo de trabajo en el que se juega la distancia entre inhibición y angustia. Puede conjeturarse que, ya desde temprano, Lacan sitúa aquí la relación entre lo imaginario y lo real. Se trata de una lúnula compleja, referida al cuerpo, pero a un cuerpo hecho de bordes más allá de sus velamientos contingentes o necesarios.
En este campo se ubica el lugar del menos phi (-φ): señal que, en la relación con el objeto de amor, captura al sujeto; pero que también puede volverse señal de angustia. De allí la reversibilidad que Lacan subraya.
Este marco de praxis habilita a situar dos ejes:
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las perturbaciones de la vida amorosa,
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el campo de la transferencia.
La cuestión central es cómo conectarlos. No por la vía de lo amoroso que se juega en la función del Sujeto Supuesto Saber, sino por la vía de la perturbación misma: ¿cómo entra esa perturbación, ligada al objeto de amor, en la transferencia?
Con el Sujeto Supuesto Saber el analista queda investido, pero la pregunta clínica —y por ello ética— es cómo operar para que el objeto a se ponga en juego en la transferencia. En otros términos: ¿cómo llevar al sujeto a rozar un “límite absoluto”?
Este interrogante conduce a una crítica del complejo de castración freudiano, ya que para Lacan, en La angustia, ese complejo no alcanza a patentizar tal límite. Lo que resta es indagar cómo poner a trabajar aquello que se presenta como no analizable desde la suposición de saber. Ante la ausencia de técnica, Lacan responde con una orientación: se trata de sostener la dirección hacia lo que resta, hacia ese punto en el que el objeto a se hace presente como límite irreductible.
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