martes, 16 de septiembre de 2025

La tripa causal: del fantasma a la certeza

Hablar de “tripa causal” es aludir al lazo entre la causa y aquello viviente que se sustrae a la mortificación significante. Sin embargo, el término funciona en un registro metafórico: la causa se trama en lo discursivo y se vuelve patente en un cuerpo que existe por estar simbolizado, pero que a la vez se ve mermado, como si funcionara solo.

La causa del deseo introduce una torsión en la consideración de la estructura. Lacan llega a hablar de una “necesidad estructural” de la misma, aunque advierte: nada garantiza su operación. De ahí surge la interrogación clínica: ¿qué lugar y qué anclajes puede encontrar el sujeto allí donde esa necesidad estructural no se efectiviza?

El deseo, en tanto ligado al significante, se articula en el fantasma. Más allá de los velamientos que éste organiza, el fantasma mismo comporta una síncopa a nivel del objeto: el objeto se borra, queda oculto. En ese punto el fantasma responde, pues el deseo carece de causa final. Esto lleva a Lacan a diferenciar su planteo del nous anaxagórico: frente a la causa final y su mito correlativo, la causa del deseo se define por un efecto que nunca llega a efectuarse.

A falta de causa final, el sujeto es entonces localizable a partir de un término tomado de Descartes: la certeza. El “sujeto de la certeza” es el sujeto dividido por la causa, más allá del fading significante, aunque nunca sin él. Esta certeza señala un punto en el que no hay vacilación subjetiva: si no se accede más allá de esa vacilación, el análisis corre el riesgo de infinitizarse.

La certeza así concebida es un punto de no ambigüedad que remite a lo real en juego. Lo real de la división del sujeto arrastra una opacidad irreductible, que escapa a la captura por el significante y pone de relieve el límite de su eficacia.

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