Aunque en sus planteos iniciales el orden simbólico, el lenguaje y la estructura significante aparezcan solapados, Lacan avanza progresivamente hacia una diferenciación. El lenguaje se instituye como ese campo previo que espera al cachorro humano, condición de posibilidad tanto del orden simbólico como de la estructura del significante, que solo pueden desplegarse dentro de él.
Del lado del orden simbólico, se sitúa la trama que organiza el lugar del Otro. En cambio, la estructura del significante se define por su relación con el corte, que habilita un borde y marca la articulación entre inconsciente y real vía la pulsión. Esto subraya una tesis central: en psicoanálisis no hay acceso a lo real sin mediación de lo simbólico.
El significante, por su carácter discreto, contable y ligado al corte, abre un juego de operaciones: corte, borde, hiancia. Esta última permite la relación entre el campo del Otro y el del sujeto; el borde, en su dimensión topológica, indica abertura, fisura, separación; y el corte mismo se revela como efecto del significante.
Estas diferencias permiten precisar el estatuto del lazo entre el sujeto y el Otro. Si se lo pensara psicológicamente, parecería una relación de reciprocidad sostenida en la imagen; en psicoanálisis, en cambio, se trata de una Otredad radical: el sujeto se instituye como efecto del corte significante, y, en relación con el cuerpo, a partir de la reversibilidad de la pulsión que rompe toda reciprocidad.
Cuando Lacan aborda la relación sujeto/Otro a través de la pulsión, no la piensa como circularidad cerrada, sino como un circuito donde se entraman fijación y repetición, trazando así la lógica propia del inconsciente.
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