Es posible establecer una oposición entre el campo de la verdad y aquel que se organiza a partir de la certeza, la cual está ligada al estatuto del sujeto.
En el terreno de la verdad se sitúa lo que se articula en el discurso: la incidencia del lugar del Otro y su correlato en la significación fálica, lo que implica la operación de la metáfora paterna. Aquí prevalece la connotación, atravesada por la duda que se opone a la certeza.
En contraste, el campo de la certeza se sostiene en la denotación, es decir, en el vacío que deja la falta de un referente. Mientras que del lado de la verdad se encuentra la duda asociada al juego del significante, la certeza remite a lo real.
Esta distancia marca la orientación que Lacan imprime a su enseñanza, al poner en juego el obstáculo que la praxis analítica inevitablemente encuentra. Frente a lo que la certeza plantea, la duda aparece como resistencia: signo de algo que se opone, una opacidad no atrapada por el semblante.
Esa opacidad consiste precisamente en lo que no se pone en duda y que se aísla —cartesianamente, podría decirse— mediante un vaciamiento de lo intuitivo, lo perceptivo y lo representacional.
Por ello se revela una discrepancia esencial entre Freud y Descartes, más allá de la apoyatura lacaniana en este último. La diferencia clave radica en el vínculo entre el sujeto y el pensamiento: mientras que en Descartes el pensamiento debe enunciarse, presupone ya un agente; en Freud, en cambio, el inconsciente es sede de un pensar sin cabeza, “más allá de quien hable en su lugar”.
Esta distancia justifica que el psicoanálisis implique una subversión radical del sujeto, al situarlo no como origen, sino como efecto.
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