Es sabido el valor que Lacan le atribuye a la ciencia en relación con el surgimiento del psicoanálisis.
Esto no significa transformarlo en una ciencia, sino interrogar las consecuencias que el advenimiento de la ciencia tiene sobre los regímenes de verdad y saber, y cómo esas consecuencias quedan reformuladas a partir de la experiencia analítica.
El surgimiento de la ciencia moderna se define, según Lacan, por dos movimientos solidarios:
por un lado, una “indiferencia” respecto de la religión —lo que no implica la desaparición de lo religioso—, y por otro, un abandono del campo de la verdad.
Indiferencia y abandono: no se trata de un simple cambio de enfoque, sino de una mutación en la estructura del lazo con el saber.
Lacan sitúa esta emergencia como solidaria de la operación de separación, la misma que antes había pensado en la causación del sujeto.
De ahí la equivalencia que es posible trazar entre el “cuerpo de la ciencia” y el objeto a: no como superficie o totalidad, sino como resto.
Ese resto es lo que de la cosa sabida escapa al saber, y justamente por escapar, hace posible el surgimiento del psicoanálisis.
El psicoanálisis no nace de la ciencia, sino del agujero que ella deja.
La ciencia, en su aspiración a borrar los rastros de la división del sujeto, recorta una porción del campo y excluye el goce como dimensión del saber.
Así establece una relación con el conocimiento radicalmente distinta tanto de la religión como del psicoanálisis.
Freud ya lo había anticipado en su conferencia sobre las cosmovisiones: ciencia, religión y psicoanálisis constituyen tres modos de tratamiento del saber y de su límite.
Si del lado de la ciencia se juega la pareja indiferencia / abandono, del lado de la religión lo que opera es el olvido —¿el olvido del asesinato primordial?—, en cuyo lugar se instituye lo sacramental.
Lacan retoma este punto para criticar la sacramentalización del psicoanálisis mismo, crítica que atraviesa su enseñanza y culmina, en un punto, en su propia excomunión.
Del lado del psicoanálisis, en cambio, el vínculo con el resto de la cosa sabida se juega en la operación del deseo del analista, cuya función es habilitar un alojamiento para ese resto.
Ese alojamiento —ni rechazo ni identificación— constituye la condición del desasimiento y, por tanto, de la causación del sujeto.
El psicoanálisis, en este sentido, se distingue tanto de la ciencia como de la religión: no aspira a un saber total ni a un sentido pleno, sino que trabaja con el resto, con lo que el saber deja fuera de sí.
Ese resto, elevado a causa del deseo, es el punto donde el sujeto puede alojarse, no como saber que domina, sino como efecto de su propia división.
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