martes, 21 de octubre de 2025

El olvido que sostiene a la religión y la necedad en la clínica

La pertinencia de que Lacan se interrogue sobre el olvido que sostiene a la religión se inscribe en una toma de posición frente a la lectura dominante de los fundamentos freudianos del psicoanálisis.
Ese olvido no sólo alteró la orientación de la cura al reducirla a un procedimiento de comprensión o adaptación, sino que implicó una pérdida del punto de inflexión introducido por Freud con la formulación del más allá del principio del placer: el ingreso de lo real en el corazón mismo del aparato psíquico.

El camino de Lacan consistirá en contraponer ese olvido con una pregunta clínica radical:

¿Cómo salir de la necedad?

Porque lo que se olvida no es algo reprimido, sino lo que no entra en la razón: aquello que ex-siste a ella.
Frente al olvido, Lacan propone un saber hacer con lo que no hay, es decir, un modo de tratamiento que no busca eliminar lo imposible, sino habitarlo.
Definir lo olvidado como lo que ex-siste a la razón sitúa con precisión la apuesta de Lacan tras su excomunión: retomar los fundamentos del psicoanálisis, no para restaurarlos, sino para reintroducir en la práctica lo que el discurso religioso —y a veces también el analítico— había tendido a velar.

El trabajo analítico, en este sentido, incluye momentos de develamiento, aunque no como si se corriera un velo para mostrar lo oculto, sino como un desgarro que abre una hiancia.
Por esa hiancia se filtra algo que se recorta como resto, cuya temporalidad es la del relámpago: aparece, fulgura y desaparece.

En la transferencia, este instante puede equivaler a esos momentos en que el analista es “descubierto” —no como persona, sino como presencia—, cuando algo ex-sistente a lo especular se presenta: ese “en ti más que tú” que nombra el punto donde el objeto a se deja entrever.
Allí, la presencia del analista encarna ese resto, pero no como figura, sino como función, permitiendo que el sujeto advenga a su división.

En términos del fantasma, esto implica que el analizante sólo puede entrar en relación con su posición de objeto a en la medida en que la transferencia pone en juego la posición y la presencia del analista.
Allí donde el analizante se ofrece a ser amado, recibe como respuesta la operación del deseo del analista, que reconduce la demanda a la pulsión y abre la vía a la precipitación de un resto.
Ese resto —causa y condición de la separación— es lo que el analista está llamado a encarnar: no para representar, sino para hacer lugar a lo que no se representa, a ese punto donde el olvido religioso y la necedad racional se intersecan.

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