Lacan realiza, en Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, un trabajo particularmente fecundo en torno a ese término a veces oscuro que Freud introduce: el Vorstellungsrepräsentanz.
Su primer gesto consiste en interrogar su estructura, ya que en ella reside su operatoria.
Tomado estructuralmente, el Vorstellungsrepräsentanz da cuenta del primer apareamiento significante en el campo del Otro: ese binarismo inaugural o significante binario que constituye el soporte del sujeto.
Allí se juega el equívoco entre el par significante (S1–S2), en el que el sujeto encuentra su posibilidad de inscripción al mismo tiempo que su borramiento.
En esta lógica, el Vorstellungsrepräsentanz traza la vía por la cual el sujeto adviene en el Otro en la misma medida en que desaparece.
Ese término freudiano, leído por Lacan, queda entonces situado entre el sentido y la afánisis, en la zona misma donde el sujeto se constituye al precio de su desaparición.
Freud ya había indicado que el Vorstellungsrepräsentanz cae bajo la represión primaria, lo cual hace coincidir su inscripción con la constitución del inconsciente.
Lacan, al ligarlo al binarismo significante, lo entramará en el problema de la entrada del sujeto al campo del Otro.
Allí, en el punto del vel alienante, el sujeto se instituye al mismo tiempo que queda petrificado, capturado en un significante, es decir: desapareciendo.
Pero entonces surge una pregunta de orden clínico:
¿Cómo retorna el sujeto?
La pregunta misma es equívoca, pues depende del modo en que se articule con el efecto de deseo que produce la separación.
El retorno puede leerse como el camino que se abre desde la petrificación hacia el deseo, una travesía entre extraviarse y perderse, cuyos efectos son radicalmente distintos.
En este punto, Lacan retoma la pregunta ya formulada en La subversión del sujeto y la dialéctica del deseo:
¿Qué saca al niño del lugar de a-sujet en que queda respecto del deseo de la madre?
No se trata sólo del deseo, sino del hecho de que la separación introduce un punto de fuga, un “punto débil” que abre una posibilidad de salida frente a la ley de hierro del Otro.
Es en esa fisura donde el sujeto puede retornar —no como sustancia recuperada, sino como resto que habla, resto que se separa para hacerse lugar en el campo del deseo.
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