viernes, 17 de octubre de 2025

El deseo como punto débil del Otro

¿Qué justificaría llamar al deseo un punto débil?
Desde su definición metonímica, el deseo se sitúa del lado de la carencia, solidario de ese agujero que marca el intervalo entre significantes.
Esto no equivale a confundir carencia con agujero, pero sí a reconocer que el deseo se anuda siempre a una serie de términos equivalenciales: falta, vacío, agujero, carencia.

De ahí que el lugar del deseo se ubique precisamente en el punto donde el Otro no puede responder, punto que revela la inconsistencia del campo de la verdad.
Por esta vía, el deseo abre un margen de libertad, entendido no como autonomía del yo, sino como liberación del efecto afanisíaco, es decir, de la petrificación subjetiva.
El deseo, en tanto punto débil, forja el camino para el retorno del sujeto dividido, aquel que se desprende del ideal de completud.

Este trayecto se apoya en una doble contraposición trabajada por Lacan.
En La subversión del sujeto y la dialéctica del deseo, opone el deseo en Freud al de Hegel: el primero no busca el reconocimiento, sino que se orienta por la sexualidad.
La potencia de esa diferencia reside precisamente en que el deseo freudiano es sexual, y por tanto implica una falta estructural, un exceso no domesticable por la dialéctica del saber.

Más tarde, en El Seminario, Libro 10: La angustia, la oposición se reformula: ya no entre Freud y Hegel, sino entre Hegel y el propio Lacan.
El contraste se juega en torno al estatuto del Otro:

  • En Hegel, el Otro no está barrado; es garante del reconocimiento, figura de una conciencia de sí que se busca a través del otro.

  • En Lacan, en cambio, el Otro se caracteriza por su barradura: es inconsciente en la medida de lo que desea y no sabe.

Se trata, entonces, de anudar las perspectivas freudiana y lacaniana del deseo frente a la hegeliana.
¿Cómo se articulan el deseo sexual en Freud y la barradura del Otro en Lacan?
El punto de empalme puede encontrarse en su dimensión económica:

  • El deseo conecta con el “más allá” por su carácter sexual no genital, que desborda toda satisfacción regulada.

  • La barradura del Otro, por su parte, introduce ese mismo exceso, una fractura en el orden de protección y sentido, donde el deseo circula como resto de goce.

Así, llamar al deseo un punto débil es situarlo como fractura del Otro, lugar donde la ley se vacía y el sujeto puede, finalmente, hacerse causa de su propio deseo.

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