La posibilidad de concluir un análisis implica sostener la mayor distancia posible —una distancia que escapa a toda medida— entre el Ideal y la posición del objeto a.
En la hipnosis, ambos términos se conjugan, ya que confluyen en un mismo punto: el lugar del Ideal absorbido por la fascinación del objeto.
En el campo de la identificación, esta tensión se reproduce: del lado del significante, lo idealizante, aquello que promete unidad; del lado del objeto a, su más allá, el punto donde la falta se hace causa.
A partir de la diferencia entre el Sujeto Supuesto Saber y el deseo del analista, se abre la primera vía hacia el más allá del fantasma, una cuestión que ocupará a Lacan durante los años siguientes.
Se trata de interrogar lo real más allá del velo fantasmático, lo que exige una lógica capaz de dar cuenta de un atravesamiento que no sea meramente simbólico, sino también pulsional.
Este pasaje conlleva un interrogante sobre las vicisitudes de la satisfacción pulsional más allá del plafond que el fantasma impone.
Lacan se pregunta:
¿Qué queda de la pulsión más allá del menú consustancial al deseo del Otro?
Cuando afirma que “la experiencia del fantasma fundamental deviene la pulsión”, no se trata de un simple reemplazo de un concepto por otro.
Se abre allí la posibilidad de “vivir la pulsión”: un modo de gozar sin ofrecer ese goce a la consistencia ilusoria del Otro.
Ese “vivir” marca una diferencia decisiva respecto de la mortificación que acompaña al goce ofertado a una garantía imposible —aquella que condena al sujeto al “penar de más”.
Por ello, el desafío consiste en interrogar los lazos entre ese vivir la pulsión y el deseo, allí donde el goce deja de ser del Otro y pasa a ser del cuerpo propio, en tanto efecto del significante.
En este punto, Lacan no duda en afirmar que “al analista se le exige haber llegado allí”.
Ese exigir no alude a una acreditación ni a una norma, sino a la condición ética de quien se encuentra a la altura del sujeto: el analista como aquel que ha atravesado su fantasma y puede sostenerse en la posición de objeto causa del deseo.
Se articulan entonces tres movimientos solidarios:
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el tránsito por el fantasma,
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el desasimiento, y
-
el pasaje del analizante al analista.
De esta conjunción emerge una pregunta que toca el núcleo de la experiencia:
¿Cómo se define el “final” de ese lazo?
La respuesta no reside en una clausura, sino en una distancia: la que separa el Ideal del objeto, el saber del goce, el amor del deseo.
Esa distancia, irreductible, es la condición misma para que algo del análisis pueda, finalmente, concluir sin cerrarse.
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