La distancia entre la mentira y el engaño puede pensarse a partir del modo en que Lacan sitúa al discurso como una estructura de dos cadenas. Este planteo le permite desplazar el impasse simbólico más allá de la mentira, es decir, trascender el campo de la verdad misma.
En filosofía, este problema aparece con el célebre enunciado “yo miento”, que desestabiliza la razón al incluirse en el campo de la verdad y, al mismo tiempo, introducir una paradoja. Se trata de una contradicción interna al sistema simbólico, índice de su inconsistencia estructural.
Lacan lleva este problema al concepto de sujeto. El sujeto, lejos de ser alguien, es un efecto de división que se verifica retroactivamente en el discurso, cuando el sentido del mensaje queda en entredicho. Esto tiene dos consecuencias decisivas:
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El lugar del sujeto es homologable al del mensaje, en tanto “significado”.
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El sujeto es efecto de esa división, y no una entidad plena.
De allí que se pueda distinguir entre dos formulaciones:
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“Yo te engaño”, que se ubica al nivel de la enunciación y se articula al significante del Otro barrado.
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“Yo… miento”, que pertenece al nivel del enunciado y supone un Otro ilusoriamente completo, donde mentira y verdad se sostienen recíprocamente.
La dimensión del engaño es la que abre la vía del deseo. Allí el fantasma opera como pantalla defensiva, manteniendo a distancia el encuentro con la castración del Otro. Surge entonces la pregunta crucial: ¿el fantasma miente o engaña?
Más que situarse del lado de la mentira —con su correlato de verdad—, el fantasma participa de la lógica del engaño: no oculta una verdad, sino que sostiene un modo de satisfacción enmascarado, en el que el sujeto se constituye como efecto.
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