sábado, 8 de noviembre de 2025

De la letra al lazo: escritura, discurso y el lugar del lector

La historia de los alfabetos revela que el campo de la letra —entendida en su sentido más amplio— se sitúa en la intersección entre la producción cultural y la marca de procedencia. En su vertiente material, la letra deja huellas en la alfarería y en las primeras inscripciones sobre arcilla, donde escritura y técnica se confunden. Pero en su vertiente simbólica, la letra actúa como marca de procedencia, una señal de pertenencia o de transmisión, distinta del mito de un “origen” primero.

En esta tensión, la letra puede pensarse de dos modos. Desde su función connotativa, se la inscribe en el campo de la cultura y de los efectos del discurso. Pero cuando se la aborda desde su función denotativa, se abre un problema lógico: el del referente y la posibilidad misma de su falta. Es crucial no confundir referente con objeto: el primero pertenece a la estructura lógica de la designación, mientras que el segundo remite a lo pulsional, al campo del deseo y del goce.

Lacan define la letra como efecto de discurso, lo que implica que su existencia presupone la dimensión del Otro. De allí su interrogante: ¿hay texto antes del lector? Si toda letra es efecto de discurso, el lector no es un mero destinatario sino una condición de existencia del texto. “Lo bueno de cualquier efecto de discurso —dice Lacan— es que está hecho de letra.” En consecuencia, no hay escritura sin Otro, lo que diferencia la escritura de la letra pura, esa que puede ser “escupida por el lenguaje” sin pasar por la mediación del lazo.

Desde el punto de vista lógico, la escritura supone una reformulación de la castración, porque se funda en la imposibilidad de una relación plena entre significante y sentido. El discurso, en tanto estructura, no se confunde con quien lo enuncia: produce un lazo, no una representación. La función de la escritura, entonces, es la de hacer lazo, y en este sentido se enlaza con la estructura del discurso como modo de lazo social.

Allí se ilumina la afirmación lacaniana: Donde no hay relación sexual, sólo hay relación lógica. La escritura suple la imposibilidad de esa relación a través de un entramado lógico, que da consistencia al discurso y sostiene la posibilidad misma del lazo.

La continuidad entre La ética del psicoanálisis y Aún se juega precisamente en este punto: en ambos momentos, Lacan interroga los límites del goce y la función del acto; pero mientras en La ética… el énfasis recae en la palabra y en la verdad, en Aún se desplaza hacia la letra y la escritura como modos de bordear lo imposible. De ese modo, la letra deja de ser mera marca cultural para devenir operador lógico del lazo, donde el sujeto —entre el decir y lo escrito— encuentra su lugar.

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