El desplazamiento que Lacan introduce entre la lingüística y la lingüistería no es un simple juego de palabras: señala un viraje estructural. No es lo mismo afirmar que la relación entre significante y significado es arbitraria, como sostenía Saussure, que sostener que el significante carece de referente. En este punto, el significado no traduce ya una cosa del mundo, sino que viene a colmar el vacío que deja la falta del referente.
Cuando se convoca al referente, lo que responde es un agujero. Ese vacío es precisamente lo que el axioma “No hay relación sexual” escribe: el lugar donde la cópula falta, donde no hay término que asegure una relación entre los sexos. En ese campo opera una función predicativa, una cópula sin ser, que sustituye lo que no hay.
Lacan advierte que esta ausencia tiene resonancias ontológicas. En la ontología clásica, el ser hace la cópula: es el soporte que unifica, la consistencia que sostiene al atributo. Esta posición ontológica, sin embargo, es solidaria del discurso del Amo, donde el ser garantiza el sentido y el mundo se ordena como totalidad.
La escritura, en cambio, opera un vaciamiento radical. En continuidad con el matema científico, despoja al lenguaje de su pretensión de esencia: ya no hay “cosas”, sino significantes. En ese registro, los términos “Hombre” y “Mujer” no designan identidades sustanciales, sino valores de posición dentro de una estructura lógica.
Lo que “no anda” en la relación sexual no se reduce a una imposibilidad de decir: es una imposibilidad de escribir. En este punto, el discurso se separa de lo efectivamente dicho: ya no es una serie de palabras, sino una estructura que produce efectos de goce y de saber.
De allí la necesidad de la formalización del discurso analítico, que no pretende decir lo que el vínculo sexual “es”, sino escribir la imposibilidad de su escritura. Las fórmulas de la sexuación no son, entonces, un metalenguaje que venga a explicar el sentido de los sexos, sino una demostración modal: la de que no hay garantía última, que el vacío del referente es constitutivo, y que sólo desde esa falta puede surgir la verdad del sujeto.
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