Llevar al inconsciente al nivel de la escritura no se reduce a aplicar un modo lógico sobre lo simbólico: implica también repensar la dimensión del texto como un lazo entre letra y escritura. En “La instancia de la letra…” ya hay una anticipación de este movimiento, pero es recién con la perspectiva modal que la escritura asciende al nivel del decir, o, más precisamente, el decir se desplaza hacia la dimensión de lo escrito.
En este recorrido, tanto el texto mencionado como el seminario “La identificación” son hitos en los que Lacan articula la función del nombre propio y la operación de la letra. Sin embargo, “Aún” introduce una torsión decisiva al formular una pregunta aparentemente simple, pero radical en sus consecuencias:
“¿Cómo puede una letra servir para designar un lugar?”
Decir que una letra designa un lugar no es afirmar que lo representa, sino que lo instituye: funda un punto de consistencia dentro de un campo que no preexiste a su inscripción. Un conjunto, desde esta lógica, no es una simple reunión de objetos, sino el efecto de una operación de nominación.
La letra, en consecuencia, no sólo marca un lugar: lo crea, lo sostiene, y a la vez expone la imposibilidad sobre la que se funda el campo del deseo. Allí, donde el lenguaje fracasa en escribir la relación, lo escrito funda un lugar para el imposible —ese mismo imposible que define, en última instancia, al sujeto del inconsciente.
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