miércoles, 5 de noviembre de 2025

Las intervenciones del analista: entre lo simbólico, lo imaginario y lo real

¿Cómo distinguir el registro de las intervenciones del analista? En la práctica analítica, toda intervención tiene lugar en uno de los tres registros que Lacan distingue: lo simbólico, lo imaginario y lo real. No se trata de categorías abstractas, sino de modos distintos de incidir en la experiencia del sujeto. Cada una responde a un tipo de impasse y a una lógica diferente.

Las intervenciones simbólicas: operar con el significante

Son las más clásicas y reconocibles en la tradición freudiana.
Una interpretación, una construcción o una puntualización que introduce un deslizamiento del sentido pertenece a este registro. La intervención simbólica apunta al orden del significante, donde el inconsciente está estructurado como un lenguaje.

Funciona cuando el paciente se encuentra atrapado en el discurso, es decir, cuando el sufrimiento proviene del modo en que está fijado a ciertos significantes (por ejemplo, nombres, mandatos, ideales).
La eficacia simbólica consiste en producir un efecto de desplazamiento, hacer vacilar una certeza, abrir un intervalo.

Ejemplo: el analista repite una palabra que el paciente usa sin advertir su peso, o reformula una frase que revela un doble sentido. Lo que importa no es el “contenido” de lo dicho, sino el acto de inscribir una diferencia en la cadena significante.

Las intervenciones imaginarias: operar con la imagen y la identificación

El registro imaginario está ligado a las formas del yo, la imagen corporal, el narcisismo.
Las intervenciones imaginarias tienen efecto cuando el sujeto está capturado en la especularidad, atrapado en la comparación o en la rivalidad.

Pueden ser necesarias al inicio del tratamiento, cuando el paciente necesita un mínimo de consistencia yoica para sostener la transferencia, por ejemplo, ante un duelo o una crisis de angustia desbordante. En estos casos, una intervención empática, un gesto de reconocimiento o un señalamiento que devuelva una imagen un poco más unificada, puede tener función estabilizadora.

Sin embargo, el riesgo del analista en este plano es caer en la trampa del espejo: identificarse con el paciente o reforzar su narcisismo. Por eso, el uso del registro imaginario debe ser táctico y transitorio: se trata de construir un punto de apoyo, no de quedarse en él.

Las intervenciones en lo real: lo que corta, lo que no tiene sentido

En el punto en que el discurso se satura y el sentido se coagula, una intervención simbólica ya no alcanza. Allí puede operar el registro de lo real: un silencio, un acto, un gesto fuera de sentido que produce un corte.

La intervención real no comunica, impacta. No produce significado sino efecto de hiancia, un vacío donde el sujeto tropieza con lo que no puede simbolizar.
Puede consistir en una pausa abrupta, una interpretación cortante, alguna intervención con los honorarios, o incluso en el acto de no responder, que introduce la dimensión de la falta.

Este tipo de intervención es eficaz cuando el analizante está demasiado asegurado en su discurso o en su fantasma. El analista, al suspender el sentido, pone en juego la falta en el Otro, forzando un reencuentro con lo que escapa al saber.

En el límite, el silencio del analista puede tener el valor de una interpretación real: deja al sujeto frente a la imposibilidad que lo habita.

Intervenir no es interpretar

Toda intervención analítica —sea simbólica, imaginaria o real— tiene su eficacia en función de la estructura del sujeto y del momento de la cura.
El analista no elige una “técnica”, sino que responde a una coyuntura. Lo simbólico ordena, lo imaginario sostiene, lo real corta. Saber cuándo y desde dónde intervenir es el arte del acto analítico.

Porque si el analista “interpreta demasiado pronto”, corre el riesgo de obturar el proceso. Y si “actúa demasiado tarde”, el analizante queda atrapado en su goce. Entre ambas posiciones se juega la ética de la intervención: ni tapar el agujero, ni llenarlo de sentido, sino bordearlo.

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