miércoles, 10 de diciembre de 2025

El tropiezo, la transferencia y el trabajo de la palabra

En entradas anteriores aludíamos a la fecundidad del tropiezo del que se sirve el psicoanálisis. Sin embargo, no es raro que aquello que se abre por esa vía sea rápidamente reconducido a la transferencia bajo la forma de lo imaginario. Podría decirse que se trata de un intento de volver a cerrarlo: a veces de manera más abrupta, otras con mayor sutileza.

La intervención analítica apunta, en primer término, a despegar ese registro imaginario del supuesto “aquí y ahora” con el analista, para reconducirlo a lo simbólico que lo sostiene. Dicho de otro modo, el lazo transferencial con el analista se convierte en el escenario donde se juega, en realidad, una cuestión concerniente a la relación del sujeto con el Otro. Hasta qué punto la diferenciación entre lo simbólico y lo imaginario pueda efectivizarse en la cura depende no sólo de la posición del analista, sino también de una implicación del sujeto que no puede reducirse a la simple voluntad. Hay allí un punto espinoso, complejo, que sólo se esclarece en el transcurso del trabajo analítico.

Este momento transferencial no es evitable: no se trata de un accidente propio de ciertos tratamientos, sino de una dimensión estructural de la experiencia analítica. Freud lo advirtió tempranamente: llega un punto en el que el analista queda incluido como un objeto libidinal más, sobre el cual se desplazan significaciones (Bedeutungen) que pertenecen a otra escena.

Reconocer que este momento es necesario implica también admitir que el obstáculo forma parte de la cura. Allí se juega lo resistencial, pero no en el sentido de una resistencia atribuible al sujeto como tal, sino como la puesta en acto de aquello que resiste a la palabra, de lo que no logra ser plenamente entramado por lo simbólico.

Cuando Lacan afirma que “lo que está en juego en los síntomas es la relación del síntoma con el sistema entero del lenguaje”, toma una clara posición clínica. Desde esta perspectiva, el síntoma no es el efecto de un proceso mórbido a suprimir, sino una formación transaccional: algo que es analizable en la medida en que supone una terceridad, la de la ley, del lenguaje y de la palabra.

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