martes, 9 de diciembre de 2025

El lenguaje como acto y la emergencia de la verdad en la experiencia analítica

En psicoanálisis, la función del lenguaje no se define por un valor semántico ni por su carácter comunicativo en el sentido clásico del esquema emisor–código–receptor. Su estatuto es, ante todo, el de un acto. El lenguaje no transmite simplemente información: constituye el campo mismo de la subjetividad. Al introducir el corte, desnaturaliza al ser hablante; de allí su articulación con Hegel y la instalación de una metáfora primera, en la que lo natural queda sustituido por el orden del símbolo.

Lacan toma de Hegel, sobre todo vía Kojève, una tesis central: No hay sujeto sin negatividad. En Hegel, la conciencia no se constituye por adaptación a lo dado natural, sino por una ruptura con lo inmediato. El deseo no es necesidad biológica: es deseo de reconocimiento. Para que haya deseo algo debe faltar, algo debe ser perdido, algo debe ser negado como naturaleza.

El campo simbólico antecede al cachorro humano y lo envuelve desde su llegada: lo atraviesa, lo transforma, lo arranca de la pura naturaleza. En ese sentido, el psicoanálisis se ocupa de la incidencia de ese pathos del lenguaje en el ser que habla.

El dispositivo analítico propone, a quien consulta por su padecer, que tome la palabra. Se lo invita a hablar desprendiéndose, en la medida de lo posible, de la exigencia de coherencia y de sentido. Con ello se abre una posibilidad que nunca está garantizada: que la verdad amordazada en el síntoma pueda decirse.

Se trata de una apuesta por un surgimiento, no concebido como algo que emergería desde una profundidad oculta, sino como un acto de iluminación: la chance de que ciertas opacidades queden tomadas por la luz de la razón, entendida aquí como la instancia de la letra en el inconsciente.

Que la verdad surja implica necesariamente la discontinuidad y el corte. Ella se manifiesta en las formaciones del inconsciente, en una temporalidad hecha de relámpago y de evanescencia. Ese surgimiento no equivale a una captura definitiva.

Ese relámpago es, en rigor, un tropiezo: lo que Lacan llama palabra plena. Es fecunda justamente por su desliz. Su iluminar no es un esclarecimiento total, sino la apertura de una interrogación, donde el equívoco y el malentendido son condiciones de posibilidad.

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