La frustración, en psicoanálisis, es el estado de un sujeto que se encuentra en la incapacidad de obtener el objeto de satisfacción que codicia.
El término frustración es entendido a menudo, en un sentido muy amplio, como toda imposibilidad, para un sujeto, de apropiarse de lo que desea. Así, las vulgarizaciones de la psicología o del psicoanálisis dejan pensar fácilmente que las dificultades de cada uno remiten a alguna frustración. Porque habría sido frustrado en su infancia, un sujeto sería neurótico.
Hay que reconocer sin embargo que en los mismos textos psicoanalíticos encontramos a veces formulaciones de este tipo. Este es, por ejemplo, el caso cuando la práctica analítica es concebida como una práctica de la frustración. El analista rehúsa responder a la demanda del paciente, y así haría retornar demandas más antiguas, induciría a la revelación de deseos más verdaderos.
Tal concepción tiene el inconveniente de confundir varias modalidades de la falta. J. Lacan, por su parte, distingue tres: la privación, la frustración y la castración. Estos tres términos son especificados partiendo de una distinción del agente de la falta, del objeto de la falta y de la falta misma como «Operación». Lacan destaca así que para el niño, aun en una etapa anterior al Edipo, no podemos conformarnos, para situar la frustración, con pensar en los objetos reales que podrían faltarle . La falta misma, en la frustración, es imaginaria: la frustración es el campo de las exigencias sin límite, sin duda porque acompaña la tentativa siempre vana de restaurar una completud del yo, según el modelo de la completud de la imagen del cuerpo. Pero no podemos quedarnos ahí: en el mundo humano, en el que el niño constituye su deseo, la respuesta es escandida por un Otro, Otro paterno o materno que da o rehúsa, y ante todo da o rehúsa su presencia. Es esta alternancia de la presencia y de la ausencia, formalizable como alternancia de un más y de un menos, de un 1 y de un O, la que da al agente de la frustración su dimensión simbólica.
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