En las memorías de Carl Gustav Jung se encuentra la mención a un paciente alcohólico. El tratamiento implica una sorpresiva acción, que alguno podría considerar “buena” a nivel de los efectos terapeuticos. Además leemos que el paciente se convierte en alguien exitoso. Asociada a esta buena acción, hay un resto, esto es, algún remordimiento por parte de Jung.
No sabemos el año de los eventos, aunque puede pensarse que ha de haber sido alrededor de 1909, cercano a la invitación a la Universidad de Clark y momento en que comienza a ser reconocido en Estados Unidos.
Por otro parte debiera ser anterior, lógicamente, a 1913. De aquel año sería la “Experiencias en el desierto”, de la que da cuenta en su “Libro Rojo”. Allí escribía: “¡Estás lleno, en efecto, rebosas de intenciones y codicias! ¿No sabes aún que el camino hacia la verdad sólo está abierto para el que carece de intenciones?».
El paciente en cuestión llega por derivación de un colega americano, con un diagnóstico de “neurastenia alcohólica”. Además con el pronóstico de ser incurable. Acaso debido a esto o a alguna falta de confianza en la habilidad de Jung, el paciente porta una indicación: si el tratamiento fracasa, ha de probar con otro profesional, en Berlín.
Jung comunica:
“Vino a las horas de consulta y después de que hube conversado un poco con él advertí que el hombre tenía una neurosis corriente de cuyo origen psíquico él no sospechaba nada. Hice con él la prueba de asociación y por ello supe que sufría las consecuencias de un formidable complejo materno. Procedía de una rica y distinguida familia, tenía una simpática mujer y, por así decirlo, carecía de preocupaciones aparentemente. Sólo que bebía demasiado y esto era un desesperado intento de narcotizarse para olvidar su agobiante situación.
Naturalmente, por este método no logró librarse de sus dificultades.
Su madre era propietaria de una gran empresa y el hijo, extraordinariamente inteligente, ocupaba en ella un puesto directivo. Realmente hubiera debido sustraerse mucho antes a la humillante subordinación de su madre, pero no podía decidirse a sacrificar su brillante posición. Así pues, quedó ligado a su madre, que le había facilitado su puesto. Siempre que estaba con ella o debía someterse a una de sus intromisiones comenzaba a beber para adormecer sus afectos o bien liberarse de ellos. En el fondo, sin embargo, no quería abandonar el confortable nido, sino que se dejaba seducir, en contra de sus propios instintos, por la comodidad y el bienestar.
Después de un corto tratamiento dejó de beber y se consideró curado. Pero yo le dije: «No le garantizo que no vuelva a caer en la misma situación si regresa a su antiguo puesto». No me creyó y regresó con buenos ánimos a América.
Apenas estuvo nuevamente bajo la influencia de su madre, reincidió en la bebida.”
Hasta aquí la primera parte del caso. Se lee que la idea del colega americano se confirma: hay fracaso. En lo que sigue, tenemos la intervención de Jung, que apunta a afectar el cuadro a partir de una indicación a la madre, lo cual provocaría una separación de la influencia de ella.
Jung escribe:
“Entonces fui llamado por su madre, que se encontraba de paso en Suiza, para una consulta. Era una mujer razonable, pero de un carácter de mil demonios. Me di cuenta de con quién debía enfrentarse el hijo y supe que éste no disponía de las fuerzas necesarias para oponerse. Físicamente era él de aspecto algo delicado y en condiciones de inferioridad respecto a su madre. Así pues, me decidí por un golpe de fuerza. En ausencia del hijo, extendí ante ella un certificado de que él, a causa del alcoholismo, no podía desempeñar por más tiempo su cargo en el negocio. Debía ser despedido. Este consejo fue cumplido y naturalmente el hijo se indispuso conmigo.
En este caso realicé algo que, normalmente, no es fácil de conciliar con la conciencia médica. Pero sabía que debía aceptar sobre mí esta responsabilidad para bien del paciente.
¿Cómo se desarrolló el caso en lo sucesivo? Se separó de su madre y pudo desenvolver su personalidad: hizo una brillante carrera pese a o a causa del drástico tratamiento. Su mujer me estaba agradecida, pues su marido no sólo había superado el alcoholismo, sino que seguía su propio camino con sumo éxito.
Durante años tuve remordimientos respecto a este paciente por haberle extendido a escondidas aquel certificado. Pero sabía con certeza que sólo un golpe de fuerza podía liberarlo. Y con ello la neurosis quedaba también resuelta.”
Puede leerse lo anterior en clave de la relación con la “verdad”.
En esta línea no sería inadecuado entender que la verdad, la pretensión de éxito allí donde se confirmaba el fracaso, sea actuada. En el camino se rompe con el ideal de responsabilidad médica, lo que trae el remordimiento. Por otro lado, la verdad del éxito queda desplazada en el éxito del paciente.
La lectura deja señalada esa verdad medio-dicha tras las buenas intenciones.
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