En 1895, al poco tiempo de mudados a Berggase 19, los Freud se enfrentan a una novedad: el teléfono.
Testigos de la vida cotidiana de la familia han dejado señalado la relación que Freud guardó con aquella tecnología.
Para cuando el aparato llegó a la vivienda, eran pocos los poseedores de líneas telefónicas en Viena. Martín Freud, el hijo mayor, explica que los médicos fueron los primeros en solicitar la instalación.
El arribo del ruidoso aparato tuvo algo de extraño acontecimiento. Los niños lo estudiaron con recelo. El teléfono fue instalado en lo alto de la pared de un pasillo, para que los niños no tengan acceso a él y en un punto alejado de la vivienda, a distancia de la habitación de Sigmund y Martha. Esa ubicación parece haberse mantenido a lo largo de los años.
En la guía telefónica de Viena se informaba que el Prof. Freud recibía llamados en horario de consulta. El número para comunicarse era el A 18170. A pesar de lo indicado, Freud, evitaba su uso, siendo que “detestaba” al “aparato técnico”.
Martín Freud, interesado en este asunto, inquirió a sus hermanos varones. Ellos no recordaban haber visto al padre usar el teléfono. Una de las hermanas aseguró que su padre cierta vez recibió su llamado; en la ocasión no había otra persona en la vivienda. Martín recuerda la situación excepcional en la que habló con Sigmund por ese medio. Durante una licencia del ejército, en tiempos de la Primera Guerra Mundial, Martin había regresado a Viena y no logró encontrarse con su padre, quien quería hablarle. En aquella única ocasión se produjo la original charla.
Quien haya tenido acceso a las tarjetas profesionales de Freud, se encontrará con que figura su nombre, sus atributos y su dirección. No he encontrado ninguna en la que figure el poco usado A 18170. Si puede leerse, en distintas correspondencias, el arreglo de una primera entrevista o el pautado de una cita. También el anhelo de un encuentro.
Martín teoriza acerca de esta costumbre de su padre. Piensa que para Sigmund la conversación debía ser personal; su padre se comunicaba hablando en presencia con la otra persona. En esto, obviamente, soslaya las decenas de miles de cartas que escribió. O quizá esté acertado en no considerarlas conversaciones.
Luego agrega una creencia: el poder de la mirada de Freud.
Para Martin su padre podía, con solo mirarlas, leer los pensamientos de las personas. Eso forzaba a decir la verdad frente a él.
Así, ceder ante la tentación del teléfono, era ceder el poder de la mirada.
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